LOS ÁNGELES, CALIFORNIA.- Todas las primaveras pasa lo mismo: durante la Semana Santa, las calles se llenan de procesiones, y las TV generalistas de clásicos del péplum con coartada bíblica. Cintas como Ben-Hur o La túnica sagrada siguen llenando la pequeña pantalla de Technicolor, centuriones cachas y leones poniéndose como el Quico a base de devorar cristianos. Y mientras tanto La pasión de Cristo sigue siendo un título de nicho, por mucho que la película de Mel Gibson esté a punto de celebrar su 20 aniversario.
De acuerdo con CINEMANÍA,, aun así, esta fiebre por lo bíblico-pasional en televisión parece un tanto estancada. Aunque el subgénero tenga un amplio fondo de catálogo (que puede ampliarse si se tira de filmes sobre el Antiguo Testamento como Los diez mandamientos o Sansón y Dalila) este es limitado, y su cronología termina alrededor de 1960. O en 1979, si se peca de blasfemia incorporando La vida de Brian al repertorio de clásicos.
Y no será por falta de películas bíblicas estrenadas en los últimos años, la verdad. Sin ir más lejos, algunas cadenas de televisión de tinte más o menos ultramontano han tratado de refrescar esta costumbre tirando de cintas como La pasión de Cristo. Pero el filme de Gibson, así como otros tales que María Magdalena (2018), Exodus: Dioses y reyes o el remake de Ben Hur estrenado en 2016 están muy lejos de incorporarse a la lista de imprescindibles. ¿Por qué?
“A mal Cristo, mucha sangre”, dice el refrán
La respuesta a esta pregunta será forzosamente larga, así que vayamos por partes. Y la primera etapa (el primer paso de la procesión, si se prefiere) exige aclarar que la vinculación entre el péplum y las festividades religiosas tiene su origen en una época perdida: la del apogeo de este tipo de películas, y también el de los cines de barrio.
Bastará con una consulta a los padres o los abuelos, dependiendo de la edad que uno tenga, para saber que los ‘palacios de las pipas’ de la España de los 50 y los 60 rebosaban de péplum, en general, y de péplum con coartada bíblica o religiosa, en particular. Especialmente del Domingo de Ramos al de Resurrección.
Como nos recordaron los hermanos Coen en ¡Ave, César!, esta clase de producciones le venían muy bien a los estudios de Hollywood. Además de prometer espectacularidad a raudales (en oposición a una TV cada vez más pujante), las películas bíblicas permitían jugar a dos barajas, con las historias ‘edificantes’ y ‘espirituales’ sobre los primeros cristianos manteniendo a raya a la censura, y también sirviendo de coartada para los decorados ciclópeos y las chicas ligeras de ropa.
Este auge facilitó la aparición de los clásicos semanasanteros del cine. Unos clásicos que, en la España del Franquismo, transitaron por el ciclo habitual de salas de estreno, primero, y cines de barrio alimentados a base de reposiciones, después.
Sumemos a esto la omnipresencia de la Iglesia en la vida cotidiana (un tema espinoso y complejo, que también afectaba a las programaciones de los cines y la TV) y entenderemos que ver a Peter Ustinov quemando Roma o a Charlton Heston a toda pastilla en su cuadriga fuese tan indisociable de esta época del año como la salida de la hermandad o cofradía de turno.
En parte por inercia, en parte por nostalgia, y en parte también porque emitir películas tan largas viene bien cuando la plantilla está de vacaciones, las cadenas de televisión mantuvieron esta costumbre en las décadas siguientes. Y, aunque de forma más discreta, aún siguen en ello.
Sin embargo, todo tiene su fin, y la edad de oro del cine bíblico terminó aproximadamente en 1965 con La historia más grande jamás contada. De ahí que, para renovar el catálogo de cine semanasantero, falten títulos a la altura de sus películas insignia. Puestos a elegir, ¿de verdad vamos a preferir al Richard Gere de la mediocre Rey David (1985) antes que a ese Charlton Heston dividiendo el Mar Rojo mientras Yul Brynner le pisa los talones? Seamos serios, por favor…
De la misma manera, a las películas más recientes les falta ese aura (o ese halo de santidad) propio de los clásicos. La pasión de Cristo, sin ir más lejos, lo tiene difícil para convertirse en un clásico popular, dado su tono tenebrista, sus diálogos en latín y arameo… y esas cantidades industriales de gore. Nada que ver con otros biopics del mismo personaje que, como Rey de reyes o La historia más grande jamás contada, también son habituales en estas fechas.
En cuanto a La última tentación de Cristo, la incursión en territorios bíblicos de Martin Scorsese, es una cinta muy estimable e incluso reivindicable… pero también extremadamente polémica, lo cual la vuelve poco apta para el prime time. Habrá que ver si su próximo filme sobre la vida del Mesías consigue instalarse en la memoria colectiva.
Asimismo, la ausencia del factor nostalgia y un atractivo muchas veces difuso juega en contra de cintas como Exodus o María Magdalena, pese a repartos en los que figuran estrellas como Christian Bale o Joaquin Phoenix. Películas como el remake de Ben-Hur, por otra parte, fueron rodadas con las miras puestas en los cristianos evangélicos de EE UU, lo cual vuelve su mensaje religioso demasiado evidente. Aparte de que, con excepciones como Resucitado (2016), suelen ser malas de solemnidad.
Así pues, parece que la colección de clásicos de Semana Santa va a seguir tal y como está para los restos, lo cual no nos parece negativo. Al fin y al cabo, estos días suponen para muchos un reencuentro con el cine clásico en su vertiente más popular, permitiendo a Cecil B. DeMille, William Wyler y otros grandes regresar por unos pocos días al horario de máxima audiencia. Y, si esta conclusión te resulta desalentadora, recuerda lo que dijo el clásico: siempre es mejor mirar al lado luminoso de la vida.
AM.MX/fm