LONDRES, INGLATERRA.- “¿Peter Sellers? No existe tal persona”. Fue la respuesta de Stanley Kubrick a una pregunta que le hicieron sobre el genial intérprete. Aunque iba con segundas, el cineasta estaba en lo cierto. Peter Sellers, en realidad, no se llamaba Peter. A Richard Henry Sellers (Southsea, Hampshire, 8 de septiembre de 1925) sus padres siempre le llamaron con el nombre de su hermano mayor, muerto dos años antes de que él naciera.
Pasó la vida entera ocupando el lugar de otro. Atormentado por el menosprecio de su padre —”tendrás un brillante porvenir como barrendero”— y bajo la sombra de una madre dominante, se convirtió en lo que ellos habían imaginado para su primogénito, un formidable actor, pero también en un tipo que desarrolló una patológica relación con su propia identidad
“Nunca podría ser yo mismo. Verás, no hay un yo. No existo. Solía haber un yo, pero me lo extirparon quirúrgicamente”, dijo a la rana Gustavo en una aparición en The Muppet Show. Entonces ya era un actor consagrado que, profesionalmente, exprimía con una eficacia milagrosa esa especie de confusión de personalidad que sufría. Peter Sellers, que hoy hubiera cumplido 100 años, será ya para siempre uno de los actores más capaces de la historia del cine, un hombre de las mil caras y, sin duda, un cómico irrepetible.
“No soporto la mediocridad”
Perfeccionista hasta límites demenciales, trabajador obsesivo, a Peter Sellers no se le resistía ningún acento. En el programa de radio de la BBC The Goon Show —claro precedente de Monty Python’s Flying Circus— se erigió como el rey de la imitación y demostró su inclinación por personajes extravagantes y sketches surrealistas, y exhibió su talento para la improvisación. De ahí saltó al cine, donde dejó interpretaciones insuperables en películas como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, Lolita, El guateque, Bienvenido Mr. Chance… y personajes inolvidables, como el caótico, incompetente y desmesuradamente ególatra inspector Clouseau.
Excéntrico, inestable, con cambios de ánimo repentinos, coleccionista de fobias de todo tipo, adicto a pastillas para dormir, a pastillas para despertarse, al alcohol y a otras drogas más duras, se ganó la fama de difícil en los rodajes —”tengo fama de ser muy difícil, pero no lo soy en absoluto; simplemente no soporto la mediocridad, no la soporto en ningún sentido”—, protagonizó sonadas peleas en el cine, enfermizamente supersticioso, perdió mucho dinero pagando a consejeros y astrólogos, le arrastró una nociva obsesión por las mujeres y, a pesar de todo o, precisamente por ello, se alzó como un extraordinario mago de la interpretación.
Un sentido de lo grotesco
“Peter Sellers es el actor que mejor responde cuando se empieza a improvisar. Su mayor talento reside en todo lo que aporta de grotesco: tiene un sentido de lo grotesco más avanzado que la mayor parte de la gente que he conocido. Si le hubiera pedido a cualquier actor hacer lo que él hace en la película, me hubiesen mirado como si fuera un enfermo. En cambio, Peter se excitó mucho con la idea y la encontró de lo más divertida”, sentenció Kubrick en una entrevista con la revista francesa Positif en diciembre de 1968, unos años después de rodar ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.
En aquella película, Sellers interpretó a tres personajes —el presidente de los EEUU Merkin Muffley; el doctor Strangelove, un antiguo nazi experto en cuestiones atómicas, y al capitán británico Lionel Mandrake—. Kubrick quería que interpretara también al piloto texano, el mayor T. J. ‘King’ Kong, pero no se salió con la suya. El actor fingió un accidente para librarse de hacer ese trabajo.
Dos años antes había rodado Lolita, donde bordó el papel del despreciable Clare Quilty, que le abrió de par en par las puertas de Hollywood, y ya se había estrenado con el inspector Clouseau en la primera película de La pantera rosa, de Blake Edwards, con quien tuvo una penosa relación, a pesar de la cual el director siguió contando con él. Sobre todo, juntos hicieron la desternillante comedia El guateque.
El amigo de los Beatles
Sus discos del programa radial The Goon Show y otras grabaciones de comedia de los años ‘50 y principios de los ‘60 fueron producidos por George Martin, antes de que Martin comenzara a trabajar con los Beatles.
Y como todo tiene que ver con todo, mientras visitaba a los Beatles en los estudios Abbey Road, se estaba rodando el documental Let It Be. Sellers apareció en el documental haciendo payasadas con John Lennon y Ringo Starr (con el baterista había trabajado en la comedia The Magic Christian). Sin embargo, todas las escenas de Sellers fueron eliminadas de la película final.
Los Beatles le obsequiaron una cinta con las mezclas preliminares del Álbum Blanco, que fue subastada (y pirateada) tras su muerte.
Peter Sellers hizo más que pinitos en la música, era un fanático de la batería y la percusión, y triunfó en el cine, donde persiguió hasta el final un sueño, el de dar vida en la pantalla a Chance, un jardinero cándido y sencillo, al que una serie de malentendidos convierten en un influyente consejero político. Bienvenido Mr. Chance (Hal Hasby, 1979), fue su penúltima película. “Quería interpretar a un don nadie que se convierte en alguien a quien nadie conoce realmente”, decía a sus amigos cuando les hablaba de la novela de Jerzy Kosinski que le había fascinado. “La mayoría de los actores quieren interpretar a Otelo, pero yo solo he querido interpretar a Chance el jardinero”.
Tristemente, Sellers murió con solo 54 años. No se despidió a lo grande del cine. Su última película, muy mala, fue El diabólico plan del Dr. Fu Manchú, donde una vez más entraba en el alma de más de un personaje —el detective de policía Nayland Smith y su archienemigo, Fu Manchú—. El humor de estos y de muchos otros de sus personajes ocultaban al público el infierno y la oscuridad de su vida personal, las odiosas relaciones que tuvo con sus hijos, el dolor que provocó a alguna de sus cuatro mujeres, su propio sufrimiento… pero dejó en el cine el mágico legado de una risa eterna. “Me encanta reír, ¿a ti no? Es lo que mueve el mundo —decía el patoso Hrundi V. Bakshi de El guateque—. Es bueno reírse. Maravilloso”.
Al morir, dejó la mayor parte de su patrimonio (dinero en efectivo, coches, casas y obras de arte, por un valor de 4,5 millones de libras, que hoy serían 6 millones de dólares) a su cuarta esposa, Lynne Frederick. Dejó a su hijo Michael y a su hija Sarah, fruto de su primer matrimonio con la actriz Anne Howe, solo 800 libras a cada uno. “Fue un acto calculado y meditado. Incluso sus abogados se sonrojaron cuando me lo dijeron”, declaró Michael.
AM.MX/fm