PARIS, FRANCIA.- La cita sobre la cita. Jean Seberg reencarnada en las gafas de sol de Godard. La chica y la pistola. El cine como sacerdocio, que decía Cocteau. Como un asunto moral. Como respuesta a las preguntas. Rossellini y el círculo cinemaniaco en la redacción de Cahiers du Cinema. Melville con sombrero de cowboy. Coutard en Vietnam. Bresson, el cine francés en persona.
De acuerdo con CINEMANÍA, Truffaut, Rohmer, Chabrol. Godard inventándose la manera de rodar sobre la marcha, marchándose en medio del rodaje de Al final de la escapada, cancelando ante la falta de inspiración. La realidad sin raccord. Aubry Dullin haciendo de Belmondo haciendo de Bogart. La búsqueda de lo inesperado. El montaje y tener el pasado, el presente y el futuro en tus manos.
Resulta imposible no tomar apuntes insaciablemente en la sala a oscuras, en la proyección de Nouvelle Vague, la mejor clase de cine que llega directa a Perlas del Festival de San Sebastián tras su paso por Cannes. Nunca aprender fue tan divertido. ¿Cómo consigue ser la visión de Richard Linklater sobre el cine tan desmitificadora e inspiradora a la vez? ¿Tan ambiciosa y poco pretenciosa? ¿Tan mitómana y a la vez tan liberadora?
Ya desde la primera secuencia en una sala de cine, Nouvelle Vague irradia un profundo amor por este arte. También por un Godard mucho menos huraño que en la realidad, incluso encantador a ratos. Resulta tierna su presentación como crítico de Cahiers, el genio derrotado por ser el último de la redacción en debutar como director. “La mejor crítica de una película es hacer una película”, dice confirmando su ingenio.
Pero además de ser una impecable lección de cine, la mejor, la que debería ver cualquier aspirante a cineasta, la historia del rodaje de Al final de la escapada es una ficción perfectamente engrasada y que homenajea también en lo formal a la ópera prima de Godard. Sepas o no quién era Beauregard (¿se puede tener un nombre mejor que “bonita mirada” siendo productor?) disfrutarás viendo sus peleas con el director, sus intentos de domar a la fiera, esas batallas tan poco poéticas e inspiradoras que también forman parte de lo que es hacer cine.
Lo mismo sucede con Jean Seberg, probablemente el miembro del equipo de Al final de la escapada que más odió a Godard, sobre todo cuando el director hablaba por encima de las tomas haciéndole repetir las líneas de guion, algo inaceptable para una estrella de Hollywood que venía de trabajar con Otto Preminger.
Ese y otros detalles más conocidos como el salto del raccord (“¡la realidad no tiene raccord!”), del eje y otras cuestiones con las que el francés cambió el cine para siempre, añaden incontables capas de disfrute al visionado de esta clase magistral de cine de Linklater. Una obra maestra.
AM.MX/fm