Ciudad de México.- En 1977 Stephen King adoptó el nombre Richard Bachman no solo como estrategia de publicación, sino como una especie de experimento intelectual: deseaba conocer si el reconocimiento que tenía se debía verdaderamente a su talento literario o simplemente a la suerte.
Con Rage (Rabia) como primera novela bajo ese nombre, King publicó sin mucho marketing, casi “en la sombra”, con la intención de “cargar los dados en contra” de su alter ego. Así trató de ver si Bachman podría triunfar por sí mismo, sin depender del prestigio y la fama que ya había ganado como King.
La voz literaria única que delató al autor incluso con otro nombre
La historia de Richard Bachman no tardó en develarse: en 1985 un librero observó rasgos comunes entre las obras de Bachman y King, lo que condujo a que se descubriera públicamente que eran la misma persona.
Estudios computacionales posteriores confirmaron lo que muchos sospechaban: ciertas marcas estilísticas —la obsesión por enumerar productos de marca, referencias a cultura popular, tono narrativo característico— hacían evidente que Bachman y King compartían una voz literaria personalísima. Esa transparencia estilística demuestra que el talento de King no reside solo en las tramas, sino en la forma irrepetible de narrar.
La experiencia personal convertida en una metáfora de horror psicológico interno
La revelación de Bachman no extinguió su presencia literaria; al contrario, King transformó esta experiencia en materia de ficción en La mitad oscura (The Dark Half), donde el seudónimo cobra vida propia como una entidad oscura, simbolizando los miedos, las dudas y los aspectos más sombríos de la psique del autor. Con esto King no sólo cuenta lo que le pasó, sino que convierte su historia personal en metáfora: su alter ego representaba sus inseguridades, la sombra de su fama, lo que él temía ser o que otros percibieran de él.
La identidad literaria auténtica que trasciende fama, anonimato y cualquier seudónimo inventado
Aunque Bachman fue concebido para ser una prueba al anonimato, terminó ilustrando lo contrario: que la identidad literaria auténtica está profundamente arraigada en quien escribe, y no puede disociarse simplemente con un nombre distinto. King concluyó mediante esta experiencia que su estilo —esa voz que se reconoce al instante— es inseparable de su éxito.
El alter ego no borró al autor, sino que lo confirmó: su genio está en la prosa, en el ritmo, en el detalle, en las elecciones de lenguaje que permanecen consistentes incluso cuando se intenta esconder tras un nombre falso.
EDT.MX/JC