Por Mouris Salloum George*
Desde finales de la década de los setenta, las bandas del narco sinaloense se reubicaron en Guadalajara, Jalisco. Desde aquí tomaron como enclave el estado de Colima. La primera operación consistió en el diseño de un corredor, partiendo desde el municipio colimense de Tecomán hasta Matamoros, Tamaulipas, para ingresar al mercado de estupefacientes a los Estados Unidos. Estamos hablando de cuatro décadas ya.
El trazo de dicho corredor cruza por la Sierra Madre del Sur (Tierra Caliente), con escala en la Meseta Purépecha, Michoacán. En esa región se encuentra el Municipio de Aguililla.
En diciembre de 2006, el presidente michoacano, Felipe Calderón tomó su estado natal como piloto para experimentar su guerra contra el crimen organizado. Hace ya dos sexenios.
La familia michoacana, Los caballeros templarios…
Durante ese periodo, Aguilillas ha sido teatro de guerra de grupos delictivos que se disputan el control territorial y el mercado de la extorsión. Ahí apareció un primer minicártel familiar. Luego, Tierra Caliente se convirtió en zona de disputa de La familia michoacana y su desprendimiento, Los caballeros templarios.
Ambas facciones, reputadas como financiadoras de campañas electorales de diversos partidos y vínculos con funcionarios del gobierno del estado. Hace una década, esas formaciones criminales extendieron sus dominios al estado de México.
Bajo la lógica de ojo por ojo, diente por diente
Contra esas organizaciones empezaron a formarse los grupos de autodefensa bajo la lógica ojo por ojo, diente por diente. Enrique Peña Nieto institucionalizó esos grupos al través de un delegado especial externo para dirigir la política de Seguridad Pública, de lo que resultó la supremacía del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Ahí está, desafiante.
La fase culminante de la barbarie michoacana ha correspondido al periodo del gobernador Silvano Aureoles Conejo, emanado del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Teme tanto por su vida el mandatario, que sólo vuela por su estado a bordo de una flotilla de helicópteros.
El ciclo de violencia sin solución de continuidad en Michoacán cobró su clímax en diciembre pasado en que la Federación inició su estrategia de combate al hachicoleo.
El gobernador ha optado por nadar de muertito
Desde hace, pues, once meses, Aureoles Conejo ha pretendido nadar de muertito responsabilizando al gobierno de la República de todo el peso de la política Seguridad Pública.
Las estadísticas del Sistema Nacional de Seguridad Púbica (SNSP) colocan a Michoacán entre los primeros cuatro sitios de los estados donde crecen de manera incesante los delitos de alto impacto. No hay día en que los medios de comunicación no destaquen nuevos crímenes, cada vez más crueles.
Aguililla está de nuevo en las carteleras nacionales: Ayer, un destacamento policial del estado comisionado para apoyar la ejecución de un mandato judicial, fue emboscado por un comando de sicarios: Un reporte preliminar habla de 14 muertos y por lo menos diez heridos con armas de fuego.
Los videos y audios en las pantallas televisivas metropolitanas trasmiten desde ayer los gritos desgarradores de las víctimas, clamando a sus mandos superiores por apoyo. El auxilio nunca llegó. Hasta esta mañana, no se conocía ninguna pista de los asesinos.
El gobernador, por supuesto, todo circunspecto se puso a cuadro para anunciar que, ahora sí, no habrá más tolerancia: Iremos hasta sus últimas consecuencias, caiga quien caiga.
Doce años tenemos escuchando esa monserga, de la que es titular ahora Silvano Aureoles Conejo.
Cuatro décadas, dos sexenios, once meses: ¿Cuándo dejaremos de ver esa película exhibida desde el museo del horror michoacano? NO tenemos una respuesta tranquilizante. Grave cuestión.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
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