*Confundieron Estado de derecho con estado de Gracia. Si el 1° de septiembre de 1969, Gustavo Díaz Ordaz asumió la responsabilidad de lo que hizo, el jueves último, Andrés Manuel López Obrador decidió responsabilizarse de lo que dejó de hacerse, porque pretirieron el mandato constitucional
Gregorio Ortega Molina
La revolución cibernética -cuyo resultado más perjudicial son las redes sociales- todo lo trastocó. Una video llamada no es lo mismo que una conversación en la que los interlocutores, además de verse a los ojos, puedan tocarse: el contacto del libro es diferente al tacto de la pantalla, y la necesidad de ahorrar caracteres para que el mensaje pueda ser enviado, distorsionó el lenguaje. En síntesis, la relación con el otro, la alteridad, pasa por el tamiz de la fibra óptica, o del satélite.
Es en este ámbito social y contexto político, que nos colocan en los linderos de un cambio de régimen, para el que ya hay acciones de deconstrucción, pero para el que no existe programa ni proyecto. ¿Qué nación deseamos construir, si lo ofertado por la Revolución y el liberalismo social (Salinas dixit) o neoliberalismo han de ser sustituidos? Sí, lo que dio contenido, permanencia y poder a la presidencia imperial fue desestructurado, y no hay manera de reconstruirlo. Sí, la reconfiguración social que intentan, es pura faramalla, porque sólo se mueven y participan los actores principales, en un muy reducido elenco.
Dentro de este reparto de nuevos derechohabientes con la prerrogativa del abuso sin taxativas, olvidan que la amnistía conceptuada por Jesús Reyes Heroles y declarada por José López Portillo, incluyó con ella una disculpa en el hecho de reconocer que se había abusado de la fuerza del Poder Ejecutivo, que es el que concede el perdón de las penas pendientes a compurgar.
Pierden de vista que ambos contendientes -el Estado y los guerrilleros- infringieron la ley, y en los dos bandos corrió sangre. Los servidores de la procuración de justicia e integrantes de las fuerzas armadas, torturaron, violaron, mataron, enterraron cadáveres en fosas clandestinas; los grupos armados hicieron lo mismo, con un agravante, se traicionaron, como lo documentó Fritz Glockner en 20 de cobre. No hay desmentido.
Pero la guerra no ha concluido, hoy estamos inmersos en otra, cruenta, perversa, porque destruye al Estado y disminuye la autoestima de los mexicanos.
Reflexiona Don Winslow en una de sus obras: Lo que la policía no entenderá nunca y ni siquiera reconoce es que el llamado “problema de la droga en México” no es el problema de la droga en México. Es el problema de la droga en Estados Unidos.
La solución no está en México y nunca lo estará.
Lo ocurrido el jueves en Culiacán, abre la puerta a dos reflexiones divergentes, pero con consecuencias similares. O el narco ha infiltrado a insospechados niveles a las autoridades, como lo señala el autor referido en El Cártel, o la incapacidad del gabinete de seguridad es manifiesta.
Pero todavía más grave. Los que hoy ofician el poder confundieron Estado de derecho con estado de Gracia. Si el 1° de septiembre de 1969, Gustavo Díaz Ordaz asumió la responsabilidad de lo que hizo, el jueves último, Andrés Manuel López Obrador decidió responsabilizarse de lo que dejó de hacerse, porque pretirieron el mandato constitucional a las convicciones personales, íntimas, religiosas.
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