CIUDAD DE MÉXICO.- Este es quizá uno de los episodios más insólitos de la historia de nuestro país. Pero en verdad ocurrió: hubo un momento en que México no disponía de ninguna de sus Actas de Independencia. Así es, en plural. En su momento, fueron redactadas y firmadas 2 originales de este documento y, durante un tiempo, el país había perdido ambos. Pero no hablamos de un par de días o semanas: fue a partir de 1872 y hasta 1961 que nuestra nación careció de este importante documento.
El 28 de septiembre de 1821, tras realizar una especie de ensayo con los Tratados de Córdoba, se elaboraron las dos Actas de Independencia que figurarían como las legítimas y validas. Una de ellas se envió, para su resguardo, a la Junta Provisional Gubernativa, antecedente directo del Congreso de la Unión. Si embargo, en 1872, el salón del Palacio Nacional donde se había instalado la Cámara de Diputados se incendió y, juntó con él, la copia que protegía.
Este fue el momento en que las bases de la soberanía nacional estaban meramente apalabradas. Resulta que cuando sucedió del incendio, la otra copia del Acta ya estaba desaparecida. Originalmente, ésta había sido albergada también en el Palacio Nacional. Sin embargo, en 1830, el Secretario de Relaciones Exteriores, Lucas Alamán, reportó su robo y desaparición. Irónicamente, en ese entonces, el hurto no supuso ningún alboroto, pues aún quedaba una copia en la Cámara de Diputados. ¡Plop!
Como buen patriota que era, el señor Alamán intentó recuperar el Acta por todos los medios. Lamentablemente, sus esfuerzos fueron en vano. Y así fue como el documento se desapareció.
¿Y el Acta, apá?
Hay un hueco histórico respecto a dónde estuvo el Acta por casi 100 años. Existen teorías que señalan su posible paradero en Europa. Otras investigaciones señalan que Juan Nepomuceno Almonte, hijo del insurgente José María Morelos y partidario de Maximiliano de Habsburgo, se la regaló al noble austriaco cuando fue a Istria (actualmente Trieste, Italia) para ofrecerle la corona del Segundo Imperio Mexicano.
Respecto a la hipótesis de que Maximiliano la tuvo en su poder, se dice que es altamente probable, pues, aparentemente, su sello personal, que marcaba el Acta como de su propiedad, se distingue en la parte trasera de la copia. De ser cierta esta conjetura, el documento pudo haber estado en México durante el gobierno del monarca. Sin embargo, se dice que, al ser fusilado, sus pertenencias -incluyendo el Acta- fueron robadas por su confesor y consejero, el padre Agustín Fisher.
No obstante, estas no son sino suposiciones, y el devenir de la citada declaración durante el siglo XIX es verdaderamente un misterio.
Localización del Acta de Independencia de México
El Acta apareció a finales del siglo XIX, en en lugar menos pensado: una librería de Madrid. Fue el historiador Joaquín García Icazbalceta quien la compró como objeto para su colección privada y la trajo de vuelta a México. A su muerte, el documento pasó a manos de su hijo, quien buscó vender el documento a toda costa. Y de hecho, lo logró. Así, el Acta fue a parar a Europa con su nuevo propietario, Florencio Gavito Bustillo.
Sin embargo, Gavito, mexicano radicado en Francia, resultó ser más noble que los anteriores poseedores de la declaración. Este hombre la compró con el deseo de devolverla al país; sin embargo, murió antes de poder realizarlo personalmente. Por fortuna, dejó testada su voluntad de regresarla a México, por lo que, luego de su fallecimiento, en 1961, el Acta quedó oficialmente en poder del gobierno. Fue Adolfo López Mateos quien encabezó la ceremonia de honor organizada con motivo del recibimiento.
Luego de su llegada, el documento pasó por diversos estudios diseñados para verificar su autenticidad. En cuanto concluyeron los exámenes y se concluyó que se trataba de la original, ésta fue inmediatamente resguardada. Hoy en día, se encuentra en la bóveda del Archivo General de la Nación. ¿Qué te pareció esta historia? Si te gustó, no olvides compartir. ¡A divulgar nuestra historia!
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ET/SRH