LOS ÁNGELES, CALIFORNIA.- Hace 102 años, F.W. Murnau estrenaría Nosferatu, uno de los grandes clásicos de la historia del cine mudo expresionista alemán, adaptando de manera apócrifa el Dracula de Bram Stoker. En 2024, uno de los cineastas asociados al terror y al fantástico más interesantes del cine contemporáneo, Robert Eggers (La bruja, El faro, El hombre del norte) se atreve, junto a un reparto de primer orden (Bill Skarsgard, Lily-Rose Depp, Willem Dafoe) a traer al presente el horror expresionista y poético de F. W. Murnau.
De acuerdo con CINEMANÍA una apuesta arriesgada de un clásico inmortal que ya, hace 45 años, fue trasladada de nuevo a la pantalla por uno de los mayores enfant terribles de la historia del cine, Werner Herzog. Una reinterpretación, que no remake, en palabras del propio Herzog, que consideraba al original como la mayor obra de arte de la historia del cine alemán.
De la mano de actores como Klaus Kinski, Isabelle Adjani y Bruno Ganz, traería de vuelta la particular reinvención de los mitos vampíricos apócrifos de Murnau. Una versión que, aunque en el momento de su estreno fue bien recibida tanto por el público como por la crítica especializada, quizá ha quedado algo olvidada con el paso de las décadas.
Así que, desde aquí, y para que podamos ir preparándonos para el próximo estreno de la nueva versión de Eggers, te damos cinco razones para que descubras o redescubras una de las películas de vampiros más extrañas, extravagantes e influyentes de la historia del subgénero.
Una historia de terror sin horror
Aunque la película arranque con unos créditos acompañados visualmente por unos cadáveres momificados, que sirven de metáfora del ambiente funerario y en descomposición que poco a poco irá anidando en el filme, la versión o reinterpretación de Herzog se aleja profundamente de los elementos, características y modos habituales del cine de terror en general y del cine vampírico en particular.
Por supuesto que la cinta de Herzog homenajea y rinde pleitesía en algunos momentos puntuales a la obra original de Murnau, en especial en pasajes, secuencias y planos ya grabados a fuego en la iconografía mítica de la historia del séptimo arte, donde la figura del Conde Orlock (llamado así para evitar problemas de derechos con la familia de Bram Stoker) hace acto de presencia y los contrastes marcados entre luces y sombras se hacen presente, evocando el cine expresionista de lo años 20.
Porque Herzog, más allá de las formas y estéticas expresionistas que conformaron la obra original, prefiere aproximarse partiendo de las formas del romanticismo y el prerrafaelismo, en particular El caminante sobre el mar de nubes de Caspar David Friedrich, para representar la soledad del vampiro interpretado por Klaus Kinski; o el viaje del Deméter del original, donde el ambiente gótico del mismo es trasladado al romanticismo, a partir de la decadencia decrépita de la obra El temerario remolcado a su último atraque para el desguace de William Turner. Sin olvidar que la emblemática e icónica pintura prerrafaelista Ofelia de John Everett Millais sirve como punto de partida para la representación fantasmagórica de la Lucy Harker interpretada por Isabelle Adjani.
Isabelle Adjani
Filmada poco antes de su interpretación más icónica e inconmensurable, la realizada para la magistral La posesión de Andrzej Zulawski, Isabelle Adjani integra en su interior a dos personajes de la novela original de Stoker, Mina Murray (posteriormente Mina Harker) y Lucy Westenra, imbuyéndolas en esta nueva versión (ya integrada en la versión de Murnau) de una extraña mezcla de hieratismo fantasmagórico y progresiva sexualidad que hace de ella la presencia más sugerente e hipnótica no solo de la versión Herzog, sino de las infinitas adaptaciones de este material.
Algo que llamaría la atención del crítico estadounidense Roger Ebert, que describiría de la siguiente manera en su crítica del filme: “Herzog elige a Adjani no solo por su perfección facial, sino también por la habilidad de su rostro y su figura para aparentar existir en alguna clase de plano etéreo”.
La propia Adjani describiría su interpretación y su personaje de la siguiente manera, explicando esa cualidad entre lo espiritual y lo carnal: “Existe un elemento sexual. Ella se siente atraída progresivamente hacia la figura de Nosferatu. Al principio ella pretende salvar a los habitantes de su localidad sacrificándose ella misma. Pero hay un momento de transición en el que todo cambia. Hay una escena en la que Nosferatu le está chupando la sangre – chupando y chupando como si fuera un animal – y de repente el rostro de ella cambia. Aparece una nueva expresión. Una expresión sexual. Y a partir de ese momento, ella no le dejará escapar”.
Klaus Kinski
Seguir los pasos de la interpretación de Max Schreck, el actor que dio cuerpo al Nosferatu original e iconografía mítica del terror primigenio cinematográfico, era una responsabilidad enorme para cualquier actor. Pero Kinski, colaborador habitual de Herzog, se atrevería a desaparecer como actor e imbuirse del espíritu del vampiro para entregar una de las interpretaciones más primarias, primitivas y puras de la historia del cine.
Un conde Orlock o conde Dracula ya en esta nueva versión (gracias a que los derechos de autor acababan de expirar en 1979, por lo que Herzog no tendría el problema de Murnau en 1922) y donde Kinski reinterpretaría al no-muerto por excelencia del terror, introduciéndole unas capas de decadencia y patetismo -casi una víctima de su enfermedad más que un cazador despiadado- que influiría no solo en posteriores versiones de Dracula, sino en la propia reinterpretación de la figura del vampiro, no solo en el cine, sino en el resto de medios.
Un desenlace apócrifo
Además de trasladar el relato desde el horror al romanticismo decadente, donde la presencia vampírica se convierte en metáfora de la peste, más sus toques de humor que quiebran y descolocan la atmósfera mortuoria de la cinta, Herzog se atreve a modificar el desenlace del relato original, no solo matando a la heroína de la cinta, Lucy Harker, sino transformando a Jonathan Harker en la herencia y legado inmortal de la enfermedad vampírica, casi convirtiéndole en una especie de antihéroe crepuscular, salido de un western pulp, acrecentado con ese plano general en el que le vemos adentrarse a caballo en la inmensidad de la planicie para, suponemos, seguir esparciendo la enfermedad a lo largo y ancho del mundo.
Un elemento, el del vampiro como antihéroe perfecto para el sentimiento nihilista del mundo contemporáneo que acogerían infinidad de obras vampíricas posteriores, ya sean Los viajeros de la noche de Kathryn Bigelow o el cómic Predicador de Garth Ennis y Steve Dillon.
Su influencia en el Drácula de Coppola
Estrenada en 1992, Dracula de Bram Stoker de Francis Ford Coppola, se convertiría en una especie de versión total de todos los Draculas existentes hasta el momento, y donde el director de La conversación se atrevería a fusionar el expresionismo de Murnau con el goticismo de Tod Browning, hibridándolo con explosiones y estallidos cromáticos de rojo intenso surgidos del technicolor de la Hammer y la estilización manierista del giallo.
Pero en ningún momento, Coppola reconocería la deuda que su Dracula tiene con el Nosferatu de Herzog. En primer lugar, la mirada patética y compasiva hacia la figura vampírica que sería llevada hasta sus máximas consecuencias, convirtiendo a Dracula en un Vlad el Empalador cegado por el amor de su fallecida Elisabeta, reencarnada en la victoriana Mina Harker. O ese Bruno Ganz como Jonathan Harker que casi sería una versión previa, en sus manierismos y maneras del Abraham Van Helsing interpretado por Anthony Hopkins.
Sin olvidar la sexualidad que supuran todos los fotogramas de la obra de Coppola, especialmente en la representación de las tres novias de Dracula, el deseo y repulsión de Mina Harker hacia la figura del Conde o la hipersexualización de la figura de Lucy Westenra sobre todo en la operística secuencia de la tormenta. Todas ellas, hijas no reconocidas de la Lucy Harker interpretada por Isabelle Adjani.
AM.MX/fm