CIUDAD DE MÉXICO.- La Novena sinfonía o Sinfonía nº 9 es una de las composiciones más emblemáticas de Ludwig van Beethoven, quien la llevó a cabo entre 1818 y 1824 por encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres. Su importancia es tal que fue declarada patrimonio de la humanidad en el año 2002 y en este 7 de mayo de 2024 se cumplen 200 años de su estreno.
La obra se estrenó finalmente el 7 de mayo de 1824, en el famoso concierto en el que el compositor, ya sordo, tuvo que darse la vuelta para ver los tumultuosos aplausos que ya no podía oír. La Novena Sinfonía se abre con una silenciosa anticipación, de la que pronto brota violentamente un tema elementalmente sencillo.
Andrea Imaginario Especialista en artes, literatura e historia cultural, señala en el portal Cultura Genial, que cuando la obra se estrenó, Beethoven estaba sordo. Cuentan que dirigió la Novena sinfonía valiéndose de su estupenda lectura, aunque cuando el último movimiento acabó, incapaz de escuchar los aplausos del público, tuvo que ser alertado por los músicos de la orquesta para que se diera la vuelta.
Esta, que fue su última aparición pública, fue también el nacimiento de una leyenda: el hombre que cambió la historia de la música había quedado sordo, y estando sordo —esto sí que fue un acto de genialidad—, escribió la Novena sinfonía que constituyó, sin ninguna reserva, una auténtica revolución musical. Comprendamos por qué.
Para comprender el carácter revolucionario de la Novena sinfonía, es necesario conocer cómo eran las sinfonías antes de esta obra, cuál era la tradición sinfónica a la cual se ceñían los compositores hasta aquel momento.
La sinfonía como género
Llamamos sinfonía a una obra musical concebida para orquesta que, en su forma clásica, consta de cuatro movimientos. Cada movimiento posee unas características propias. En tiempos de Beethoven, los movimientos sinfónicos solían estructurarse de la siguiente manera:
Primer movimiento: Allegro.
Segundo movimiento: Adagio.
Tercer movimiento: Scherzo.
Cuarto movimiento: Allegro.
Esta estructura se desarrollaba habitualmente en un período aproximado de treinta minutos o poco más. En cuanto al formato, normalmente las sinfonías eran compuestas para sección de cuerdas, sección de metales y sección de maderas de viento. Por lo tanto, se trataba de un género absolutamente instrumental.
Aunque Beethoven ya había dado signos de serias e importantes transformaciones del género, especialmente aprovechando hasta el extremo el desarrollo tímbrico, las dinámicas (agógica), además de los cambios armónicos y tonales, en la Novena sinfonía introduce verdaderas novedades.
La Novena sinfonía y sus innovaciones
En apariencia, Ludwig van Beethoven desarrolla la Novena sinfonía siguiendo la estructura convencional: cuatro movimientos. Sin embargo, estos movimientos son desarrollados de tal manera que abren paso a una nueva percepción fenoménica de la música y extienden su duración hasta unos sesenta minutos aproximadamente, un cambio sensible en las costumbres de la música y el espectáculo.
Cambios en la estructura
La estructura de la Novena sinfonía es como sigue:
Allegro ma non troppo, un poco maestoso
Scherzo: Molto vivace – Presto
Adagio molto e cantabile – Andante Moderato – Tempo Primo – Andante Moderato – Adagio – Lo Stesso Tempo
Recitativo: (Presto – Allegro ma non troppo – Vivace – Adagio cantabile – Allegro assai – Presto: O Freunde) – Allegro assai: Freude, schöner Götterfunken – Alla marcia – Allegro assai vivace: Froh, wie seine Sonnen – Andante maestoso: Seid umschlungen, Millionen! – Adagio ma non troppo, ma divoto: Ihr, stürzt nieder – Allegro energico, sempre ben marcato: (Freude, schöner Götterfunken – Seid umschlungen, Millionen!) – Allegro ma non tanto: Freude, Tochter aus Elysium! – Prestissimo, Maesteoso, Prestissimo: Seid umschlungen, Millionen!
Tal como puede apreciarse, Beethoven desarrolla transformaciones rítmicas a lo largo de la estructura que son absolutamente contrastantes, y rompen con el sentido del equilibrio y la mesura del clasicismo.
A propósito del primer movimiento, el investigador Josep Pascual, en su libro Guía universal de la música clásica, sostiene que “La sinfonía empieza con una serie de cuartas y quintas perfectas, surgidas como de la nada (…)”, y atribuye a su desarrollo “un clima casi violento”. A esto, agrega:
…en toda la composición dominan los contrastes y el dramatismo del primer movimiento se torna vitalidad en el segundo, al que en ocasiones se ha definido con acierto como un paso de la oscuridad a la luz.
El tercer movimiento, dice el investigador, es dominado por un espíritu lírico, antesala al cuarto movimiento, en el cual se inserta el Himno a la alegría. El investigador lo clasifica como “un emotivo canto a la fraternidad universal”. Josep Pascual concluye afirmando que el cuarto movimiento puede ser considerado en una obra completa en sí misma, es decir, “toda una sinfonía”.
Pero hemos de decir que no todos vieron con buenos ojos el cuarto movimiento de Beethoven. Los atrevimientos del compositor en este movimiento le valieron las críticas de personajes como Giuseppe Verdi, a quien le pareció un movimiento convulso y desastroso que rompía con la excelencia de los primeros tres.
Nuevos instrumentos y recursos
Esta libertad creativa y creadora de Beethoven no solo se expresa en los cambios estructurales de la forma sonata, sino también en la configuración de la orquesta, es decir, en los instrumentos participantes. Esta configuración sería la siguiente:
Sección de viento madera:
Flautín;
2 flautas;
2 oboes;
2 clarinetes (en La, Si bemol y en Do);
2 fagots;
1 contrafagot;
Sección de viento metal:
4 trompas (2 en Re y 2 en Si bemol);
2 trompetas (en Si bemol y Mi bemol);
3 trombones (alto y tenor);
Sección de cuerdas:
Violines;
Violas;
Cellos;
Contrabajos.
Percusión:
timbales,
bombo,
platillos,
triángulo;
Voces:
Coro,
Solistas soprano, alto, tenor y bajo.
En la Novena, Beethoven introdujo la percusión por primera vez en la historia de la sinfonía. De hecho, la percusión ni siquiera se consideraba una sección habitual de las orquestas en aquella generación.
La inclusión de la percusión imprimiría un nuevo carácter que elevaría la potencia emocional. Desde el primer movimiento podemos sentir la fuerza de la sección percutiva, que contrasta con la delicadeza de las cuerdas llevadas al pianísimo.
Con ello, Beethoven logra elevar la potencia, la intensidad y la expresividad de los sonidos logrados por el conjunto de la orquesta, hasta alcanzar efectos verdaderamente impactantes en la experiencia auditiva.
Otra importante innovación de Beethoven fue la inclusión de coro y cantantes solistas, que él dispone en el cuarto movimiento, el momento climático de la obra.
El texto elegido por el compositor fue la famosa Oda a la alegría de Friedrich Schiller, quien lo escribió en el año 1786. Con el tiempo, el nombre Himno a la alegría comenzó a ser utilizado para referir a la obra musicalizada.
Con este gesto, Beethoven dio a la voz la misma dignidad de la que gozaban los instrumentos musicales, es decir, hizo de la voz un instrumento de la orquesta que aportaba nuevas texturas, timbres y efectos a la composición.
Pero también le dio valor a la palabra poética, elevada a la forma de la sinfonía. Ciertamente, la poesía había sido reivindicada en el género de lied alemán mucho antes, pero ahora, hacía su entrada triunfante en la sinfonía que, para entonces, se consideraba la forma más elevada de la música académica.
Todo ello hizo posible que Ludwig Van Beethoven se consagrara como el antecesor de la llamada sinfonía coral, abriendo el camino a figuras tan emblemáticas de este género como Hector Berlioz.
Vea también Himno a la alegría: análisis y significado.
La expresión de una nueva sensibilidad
Beethoven desarrolla diversos conceptos rítmicos e intensidades que van elevando la emoción hasta un punto ciertamente climático. La obra adquiere un profundo sentido dramático, emotivo, conmovedor. La música se vuelve en sí misma un espectáculo catártico, liberador.
Esta nueva sensibilidad, que busca del “éxtasis” por medio de la actividad creadora, que proclama la emoción frente a las proporcionadas y simétricas formas clásicas, no es extraña en su tiempo.
Beethoven bebe del espíritu que surgió en Alemania hacia finales del siglo XVIII con el movimiento Sturm und Drang, punto de partida de la revolución romántica que transformó para siempre las artes plásticas, la literatura y la música, y que fue particularmente prolífica en estas últimas dos.
De hecho, en el siglo XIX la música ganó mayor importancia frente a las artes plásticas y la arquitectura. El investigador Matías Rivas Vergara, en un ensayo titulado La Novena sinfonía de Beethoven: historia, ideas y estética sostiene que:
…la estética musical romántica es esencialmente una concepción de la música como «lenguaje metafísico» capaz de expresar lo inefable y lo Absoluto –ambos topos, poético y metafísico, que constituyen la esencia del Romanticismo.
Finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX fueron tiempos convulsos, revolucionarios. Bien es sabido que Beethoven comulgaba con los valores modernos de la revolución francesa, tanto que creyó ver en Napoleón Bonaparte un héroe, hasta advertir sus intenciones imperialistas.
Sirva esto de ejemplo para evidenciar hasta qué punto estaba Beethoven comprometido con los ideales de igualdad, libertad y fraternidad, muy por encima de la deificación de los individuos. Por ello, esta obra, su última sinfonía, acaba con la glorificación de la Oda a la alegría de Schiller.
Fue Beethoven quien, en la música académica, abrió el espacio a la libertad creativa, la subjetividad y la expresión emocional propia, valores acordes con la estética romanticista. En él se registra el dominio de la tradición clásica en sus primeros años, y la sed de libertad y creatividad en los últimos. Beethoven fue la llave de una puerta que dio la entrada a un nuevo universo musical.
AM.MX/fm