CIUDAD DE MÉXICO.- “Los espíritus también pueden amarse; yo siempre trataré de conquistar el suyo, su aprobación es lo que más deseo en el mundo”.
De acuerdo con Mauricio Mejía para Aristegui noticias, la emoción de Ludwig van Beethoven está dirigida -en una carta del verano de 1812- a Bettina von Brentano, con quien mantuvo una relación muy cercana y cuya inteligencia sedujo profundamente al compositor de Bonn. Sin embargo, difícilmente puede asegurarse que mantuviera con ella una relación sentimental armónica. Quizá tampoco pudo lograr esa correspondencia amorosa con ninguna otra de las muchas mujeres que embadurnaron el pentagrama de su corazón tan altivo y apasionado. Quizá…con una.
En su extraordinario libro “Cartas de amor de músicos, mi ángel, mi todo mi yo”, el vienés Kurt Pahlen (1907-2003) insiste en escudriñar sobre uno de los grandes misterios del gran amigo de Goethe y Schiller: ¿Quién fue la “amante inmortal” del gran genio de la música romántica? “¿Quién poseyó el derecho de penetrar en los ángulos más secretos de ese hombre?”
Pahlen reafirma lo que muchos que conocieron al artista sospechaban: su carácter fogoso y, a veces, agitado.
Existen tres cartas misteriosas (o una en tres partes) en todo el epistolario de Beethoven en las que el investigador quiere encontrar pistas para resolver el misterioso caso de la “amante inmortal” del más grande de los poetas de la música moderna.
Pahlen se remonta, sólo por no dejar, a los años juveniles de Ludwig, cuando dejó Bonn y se mudó a Viena para pasar sus años más felices. En 1793, a los 23 años, el romántico escribe a Eleonore von Breuning, con cuya familia tenía una peculiar cercanía:
Reciba aquí una dedicatoria mía. Sólo desearía que mi obra fuera más importante y más digna de usted… Acepte esta minucia y no olvide que viene de un amigo que la venera. ¡Ah, si le complace, entonces todos mis deseos se habrán satisfecho por completo!…
Para finalizar mi carta, me atrevo a hacerle una petición: quisiera ser de nuevo tan feliz de recibir, querida amiga, un chaleco de piel de liebre tejido por usted. Disculpe la indiscreta petición de su amigo. Brota de la gran predilección por todo lo que procede de sus manos. Y en secreto puedo confesarle que en la base encierra una ligera soberbia: la de decir que poseo algo de una de las mejores y más adorables muchachas de Bonn”.
El lector de las “Cartas de amor de músicos” se da cuenta muy pronto que ser un genio y afamado compositor no equivale a tener éxito entre las turbulentas cuerdas del violoncelo de Eros. Más bien, al contrario. No llegó muy lejos la amistad entre Ludwig y Eleonore.
Ya con una severa sordera -provocada por un resfriado mal cuidado y un peor tratamiento- Beethoven busca otra destinataria a su pasión sagitariana. Pahlen rescata un largo mensaje de texto dirigido a Guilietta Guiccardi, de quien es, además, maestro de piano. Cree, en esta ocasión, que es correspondido en su sincero sentimiento por la muchacha. El Gordo de Bonn, incluso, cuenta a un amigo sus intenciones de contraer matrimonio con Guiccardi. El amor, melodía de ida y vuelta, tampoco llega a buen término. Sin embargo, los estudiosos de Beethoven aseguran que la imborrable huella de Guilietta quedó grabada en la sonata “Claro de Luna”.
A los 40 años, el incansable Ludwig se enamora de nueva cuenta. Ahora de Teresa Malfatti – otra de sus discípulas-, hija de un terrateniente italiano. Otra vez planea la boda, a pesar de que algo en su entraña le dice que el sentimiento no es recíproco. Beethoven no tarda en ver caer, hecho pedazos, su desconsolado corazón. La perturbadora Quinta Sinfonía, que cambió para siempre la historia de la música, ya había sido estrenada en Viena. Tiempo después del rompimiento, el genio acusaría la tendencia a la frivolidad y la insensibilidad de Teresa.
Dice Phalen que “existen muchas otras cartas de Beethoven a diversas mujeres, pero todas ellas, palidecen frente a aquella de tres partes cuya receptora nadie conoce”. Mientras las otras hablan de un mayor o menor enamoramiento, esta especie de plegaria de WhatsApp es testimonio de “ardiente amor mutuo”.
¿Será el “alma inmortal” que partió en dos el corazón de Ludwig?
El año en que fue escrita la carta (o las cartas) sigue siendo una incógnita.
6 de julio, por la mañana.
“¡Mi ángel, mi todo, mi yo! Hoy sólo unas pocas palabras y con lápiz (el tuyo). Hasta mañana no sabré con certeza mi domicilio: ¡qué desperdicio de tiempo en asuntos tan insignificantes!… ¿Acaso el amor puede consistir en otra cosa más que sacrificios, exigencias de todo y nada? ¿Acaso puedes cambiar el hecho de que no seas enteramente mía, ni yo enteramente tuyo? ¡Oh, Dios! Contempla la hermosa naturaleza y tranquiliza tu ánimo respecto a lo inevitable! El amor lo exige todo y con pleno derecho: a mi para contigo y a ti para conmigo…Si estuviéramos completamente unidos, experimentarías este dolor tan poco como yo… El pecho está pletórico, deseoso de decirte tanto…¡Ay! Hay momentos en que encuentro que el lenguaje es demasiado pobre. Alégrate: sigue siendo mi más fiel, único tesoro, mi todo, como yo lo soy para ti. El resto de lo que deberá y tendrá que ocurrir con nosotros lo decidirán los dioses. Tu fiel Ludwig”.
Ese mismo día, en la tarde:
“Tu amor me convierte en el ser más feliz y el más infeliz, al mismo tiempo. A mis años necesitaría una cierta estabilidad, una vida equilibrada, pero ¿puede haberla con nuestras relaciones? Mi ángel, acabo de enterarme de que el correo sale todos los días…por eso debo terminar para que recibas la carta enseguida… ¡Quédate tranquila, quiéreme! Hoy…ayer… ¡Cuánto anhelo y cuántas lágrimas pensando en ti…en ti…en ti, mi vida… ¡Mi todo! Adiós…ámame siempre, no ignores jamás el fiel corazón de tu amante… ¡Eternamente tuyo, eternamente mía, eternamente nosotros! Ludwig”.
La carta a la desconocida (como si tratara de una novela de Stefan Zweig) sigue siendo tema de estudio: el año y el lugar en el que fue escrita. Y, desde luego: la destinataria. Pahlen asegura que fue en 1812; en Teplice, Bohemia. Es posible, dice, que fuera mandada a Karlsbad, también en Bohemia. En el mensaje de un imaginario WhatsApp, Beethoven exclama las mismas frases que servirían a Wim Wenders para dar título a una de más entrañables películas del siglo XX: “¡Tan cerca, tan lejos!”
Todo amoroso ha sentido ese sinsentido.
Las sospechas sobre “el alma inmortal” apuntan a Josephine von Brunsvik, quien también fue alumna de Ludwig. Una carta posterior, enviada a Therese, hermana de Josephine, sustentan la hipótesis de los investigadores modernos.
Josephine casó muy joven con el conde Deym, mucho mayor que ella y con quien tuvo tres hijos. Murió, tempranamente, en 1804. Después se establece -dice Pahlen- una turbulenta relación entre el maestro y la ya adulta alumna. Hasta 1957 se hizo público el epistolario entre ambos. Denota una gran amistad, con la miel y la hiel que eso significa.
En una de las cartas recuperadas en ese 1957 Beethoven escribe a Josephine:
Ojalá nuestro amor dure mucho, mucho tiempo, es tan noble, se basa de tal manera en un respeto y una amistad mutuos…Incluso en la gran similitud en algunas cosas, en las formas de sentir y de pensar…Oh, déjame creer que tu corazón latirá mucho tiempo para mí, el mío sólo puede latir para ti… sólo dejara de latir cuando ya no lata más…Amada Josephine, adiós, espero que yo también te haga un poco feliz, de lo contrario sería yo un aprovechado…
Phalen, como casi todos los admiradores de Beethoven, ignora la razón por la cual se produjo la ruptura entre ellos. Josephine volvió a casarse con un aristócrata, el barón Von Stackelberg. Desdichadamente, el matrimonio fue muy infeliz.
Ludwig mantuvo vivo el fuego por la “amada Josephine” -como la llamaba- durante muchos años; quizá hasta el último aliento (cuando el corazón ya no lata más…). Ya su sordera era insoportable; no pocas veces lo llevó al borde del suicidio.
Therese, décadas después, escribió: “¡Beethoven! ¡Es como un sueño que fuera amigo íntimo de nuestra casa, un espíritu divino! ¿Por qué no lo tomó como marido mi hermana J. tras quedarse viuda de Deym? Hubiera sido más feliz. El amor de madre la decidió a renunciar a su propia felicidad”.
En 1817, siete años antes del estreno de la Novena Sinfonía, Therese exclama, como si cumpliera la tragedia del genio más grande de música:
“¡Acaso Josephine sufre por el padecimiento de Luigi… ¡su esposa! ¡Lo que hubiera podido hacer por este héroe!”
Beethoven, el Titán, murió en Viena el 26 de marzo de 1827. Cuando le sirvieron la última copa de vino, suspiró: “¡Demasiado tarde, demasiado tarde!”. Josephine había fallecido también en marzo (31), también en Viena, en 1821…
AM.MX/fm