CIUDAD DE MÉXICO/SemMéxico/El Sol de México,5 de diciembre de 2024.-En más de 60 años de carrera, Bertha Becerra ha cubierto fuentes que la llevaron a entrevistar al Papa Juan Pablo II y recorrer México en busca de información para los lectores“Si quiere ser reportera que se chingue”, respondió Augusto Fócil Díaz cuando le cuestionaron el envío de Bertha Becerra Castañón a cubrir policía, en una época en la que asesinaban taxistas que conducían Cotorras y Cocodrilos por la calles de esta Ciudad de México. “Éramos suplentes. Nos decían los de la Nueva Ola”, recuerda la mujer que llegó en busca de un sueño a esta capital el 4 de noviembre de 1963.
Tenía 20 años cuando pisó la redacción del diario. Le hicieron un cubículo aparte de los reporteros, porque el director, Salvador Borrego Escalante, consideraba que era una niña y no podía escuchar el mal vocabulario de los señores. Pero el Jefe de Información de El Sol de México era muy exigente y la mandó a investigar asesinatos, a trabajar en la noche, entre policías y sangre, para poner a prueba su vocación.
“Nos decían los de la Nueva Ola, porque venimos seis compañeros y yo, que fuimos los que obtuvimos las mejores calificaciones en la academia teórica-práctica que el Coronel instituyó en Guadalajara”. No existía la carrera de periodismo allá, pero el coronel José García Valseca andaba buscando nuevos talentos para sus periódicos. Se publicaban convocatorias, planas completas buscando gente. El padre de Bertha Becerra Castañón era suscriptor de El Occidental y siempre tenían ese periódico en casa. “Yo ahí empecé a leer, desde muy chiquitita, mi madre me enseñó”.
Al leer la convocatoria supo de inmediato que quería ser periodista. Al igual que ella, cientos de jóvenes se inscribieron y llenaron salas para demostrar sus conocimientos y encontrar un lugar en el grupo García Valseca. Ofrecían 40 pesos diarios al que lograra superar los filtros. “Era una academia, un taller, pero intensivo, con los mejores reporteros de Guadalajara. Nos daban los periódicos, de aquí de la Ciudad de México, teníamos que leerlos, acostumbrarse uno a leer los periódicos, y el sábado iba el señor Borrego y nos hacían exámenes (…) Acostumbrarnos a la disciplina de leer”.
El sábado 2 de noviembre de 1963 llegó el profesor y les dijo que tenían 30 minutos para concluir su examen final. “Y vayan pensando a qué periódico de la cadena se quieren ir”, les dijo. Eran muy pocas mujeres en su grupo, ella estaba en el curso de la tarde, porque en la mañana asistía a la preparatoria. Comenzó la revisión y luego de unos minutos dijeron su nombre. Y también que tenían que presentarse a las cuatro de la tarde en Guillermo Prieto número 7, en la Ciudad de México, el siguiente lunes 4 de noviembre. “¿Qué voy a hacer?”, fue lo primero que pensó. “Yo soy la mayor de mi familia. Cómo iba a dejar a mi madre, somos 13”.
Bertha Becerra recuerda que el coronel García Valseca comenzó de niño vendiendo empanadas en la plaza mayor de Puebla, que preparaba su hermana mayor, Lupita. Luego vendía periódicos. Y en algún momento, El Sol de Puebla fue el primero que compró. Eran 36 periódicos, cuando el 7 de junio de 1965, salió a luz pública El Sol de México, vespertino. Justo el Día de la Libertad de Prensa que el Coronel instituyó. El matutino vio la luz el 25 de agosto del mismo año.
“De su vida militar no conocemos mucho, sólo que a Guillermo Prieto 7 acudía el Presidente en turno a comer con García Valseca. Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, eran asiduos”, explica. “Al señor Borrego nunca lo hizo públicamente director, pero fungía como tal. Él iba los sábados por la mañana a darnos clases a los dos turnos de aspirantes a reporteros. Era el hombre de total confiaza del Coronel”.
Ese mismo sábado los compañeros de Bertha la acompañaron al trabajo de su padre para decirle. Él los conocía a todos, pues ella era la única que tenía máquina de escribir en ese entonces y se juntaban en su casa para hacer las tareas. “Qué hiciste”, preguntó su papá cuando los vio llegar. “Papá, hoy fue nuestro examen, pasamos y tenemos que presentarnos el lunes en Guillermo Prieto… Mi papá me dijo, a ver, más despacio”.
Se lo repitió.
Su padre le dijo: “Me da mucho gusto que te abras las puertas tú sola. Yo no les voy a durar toda la vida. Cuídate mucho. Pórtate bien. Que Dios te acompañe. Muchachos, se las encargo”.
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Llegó el lunes a la Ciudad de México a las seis de la mañana, cargando con la antepenúltima hermana en su rebozo y acompañada de su madre. Hacía frío mientras buscaban el hotel por la calle de Ayuntamiento, en el Centro Histórico. No había estación de camiones, llegaron por Tres Estrellas a San Juan de Letrán, cerca de Salto del Agua. Llegaron a Guillermo Prieto a las nueve de la mañana, les dieron la bienvenida y les dijeron que tenían que regresar a las seis de la tarde, porque el Coronel los quería saludar.
“Tenía su penthouse en lo que ahora son oficinas. ¡Extraordinario! Tenía sombreros para todos los días del año. No repetía camisa, por favor. No. O sea, conocí unos mundos tan diferentes”. Sus padres eran clase media, pero les dieron educación privada. “Mi padre siempre se esforzó por darnos buena educación. Mi madre ni se diga, una mujer muy, muy trabajadora. Pero esos eran pues, eran otros mundos”.
Se fue a comer con su mamá y a comprar estambres al centro. Cuando llegó casi la hora de saludar al Coronel, agarró camino de regreso hacia el Monumento a la Revolución, pero se perdió. Llegó como a las siete.
Ese fue el primer día, muy traumático, muchos nervios, el primer día y no puedo llegar a tiempo
Comenzó con suplencias, es decir, si descansaba o faltaba un reportero, había que cubrir su fuente, hacer su trabajo, sin necesariamente quedarse con ese puesto indefinidamente. Hacían también las guardias hasta el cierre de la edición, la famosa “Caballona”, que ya no se repite hoy en las redacciones modernas. “Y hablaba el Coronel en la noche, hablaba, entonces había un teléfono rojo. Decía: ¿Qué llevamos de Princesa? Había que leerle. No me gusta, cámbienla. Entonces todo mundo temblaba. Del susto. De cómo le contestamos al dueño. Entonces decían: Contéstale tú Bertha, contéstale tú”.
Así fue el inicio de su carrera en el periodismo de grandes ligas. Terminaban diario a las tres de la mañana. Se regresaban todos los del grupo de Jalisco caminando a una casa de huéspedes en la Cuauhtémoc, en la Juárez, donde hoy es la estación Sevilla del Metro.
“Lo de Nueva Ola era un tanto despectivo, de los que nosotros les decíamos la Vieja Guardia”, recuerda. Sus compañeros eran Jaime González Mora, José Ángel Martínez Limón, Luis Díaz Tomé, Jaime Palafox Ornelas, y los dos Flores. “Jaime y Luis Diaz Tomé, cubrieron muchas fuentes. Ambos fallecieron jóvenes. Más tarde Jaime Palafox. José Ángel fue director de El Sol de San Luis y luego del de Aguascalientes”.
—¿Qué la llevó a tomar la decisión de quedarse de por vida en el periodismo?–, pregunta el reportero.
—Yo me vine en noviembre. En diciembre pasé Navidad. En mayo voy a ver a mi mamá por el 10 de mayo. Estábamos en la noche todos platicando. Y mi papá me dijo: Creo que ya no te regresas. Porque, como estaba eso de los asesinatos de taxistas y demás, los vecinos, los parientes, los compadres, le decían: ¿Por qué dejaste ir a esa niña si hay tanta violencia, si hay tanta perdición? Resulta que mi papá me dijo: Yo creo que ya no te regresas hija. Ay papá, cómo de que no, le dije. Tú me diste permiso papá y yo no puedo fallar. No, no, con qué cara yo voy a decirles. Entonces le dije mira, papá. Y estaba mi mamá también. Mi mamá me apoyó mucho. Le dije mira, papá. Estoy estudiando lo que yo quiero hacer. No me puedo quedar papá. Yo no soy, no soy para quedarme aquí. Yo tengo que seguir en lo que estoy haciendo. Y se dobló.
—¿Estaba usted consciente de que estaba entrando en una élite intelectual en ese momento?
—Sí, sí, sí era, o sea, nos decían en Guadalajara que incluso los gatos que entraban a un taller y olían la tinta, jamás se iban de los talleres. Si ustedes van a ser periodistas, el que tenga la vocación, aquí se quedó.
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Hasta después de dos años pudo leer su nombre en una nota.
“Nos decían, hay dos formas de que se les firmen sus notas. La mala, para ponerlo en evidencia. La buena, pues para que sea un estímulo. La primera fue un dieciochito en la primera plana, que se mandaba a toda la cadena, ya después un llamado en El Sol, era a lo más que podíamos aspirar”.
Su fuente se la ganó porque nadie la quería.
“La fuente religiosa solamente se cubría el 12 de diciembre, el día de Navidad, el mensaje de Navidad, pero era el tiempo del Concilio. Era mi única fuente, yo diario me iba a la oficina que estaba pegadita a la Catedral, ahí era la curia. Pues diario me llevaba la de ocho. Porque yo llegaba preguntando por qué es este cambio, por qué este otro. Monseñor Luis Reynoso era el canciller. Miguel Darío Miranda y Gómez era el Cardenal. Al grado de que Ada Hernández que cubría religiosas para El Heraldo y yo, éramos las dos únicas que nos permitían subirnos al altar, el 12 de diciembre en la Misa de Rosas”.
Bertha Becerra demostró mucho interés y lo notaron. Quería entender todos los cambios litúrgicos. “Y me gané la fuente”. Y el reportero del Excélsior en ese entonces encargado de la iglesia se quejó diciéndole que los estaba haciendo trabajar al meterse tanto a investigar. Estaban enojados sus compañeros acostumbrados a trabajar en eso tres días al año.
Luego le dieron Turismo, otra fuente donde se pensaba que no había información. Viajó mucho, por todo el mundo. Era una época en donde la presentación de los reporteros era muy importante, porque representaban a un medio, a una institución, recuerda. Y viajaban en primera clase, con todo lo mejor.
“Viajé, pero sobre todo viajé en mi país, porque después cubrí el sector agrícola. Cuando toda la problemática… y ahora mismo, pues la nota que acabo de pasar, se les olvidó presupuesto para resolver los conflictos agrarios. Entonces sí conocí, conocí mi país”.
Señala su cara y dice que todas las manchas que tienen son del sol. “Yo tomaba avioneta en Jalisco y acababa en Sonora. Nos íbamos por estados, caminando, viendo presas, viendo cultivos”.
Le recordamos que si dejamos hoy a un reportero joven parado en medio de los campos en el norte o en el sur del país, no sabrían por dónde hallar la nota.
“Yo aprendí en la calle de la calzada Independencia, afuera de El Occidental”, dice Bertha Becerra. “Nos decía uno de los maestros, se va de aquí a San Juan de Dios por esta acera, y me trae cinco notas. Y usted compañero, se va por la acera de enfrente y cinco notas. Después decían: ¿Esto es lo que escribieron? Mejor pongan un puesto de cacahuates afuera del cine. Si fuimos tantísimos, pues nomás nos quedamos siete”.
Otro maestro la marcó: “Nos citó a las siete de la noche en el panteón y salimos a las 10 de la noche. En el panteón de Mezquitán, en Guadalajara. El maestro González Sanabria era único y especial. Hacía muy buena crónica. Era para que perdieramos el miedo a escribir, el miedo a preguntar, en la paz del sepulcro, en la paz del panteón, a las 10 de la noche, qué nos puede pasar. Nabda, más que hacer buenas notas”.
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Más de seis décadas de reportera. “De los reporteros veo que muchas veces no toman en serio la responsabilidad que implica informar. También veo que ya se perdió la mística de ganar notas, de llevar las mejores informaciones a mi periódico, de escribir lo mejor. Son épocas diferentes”, dice Bertha Becerra.
La nota que recuerda con mucho orgullo se gestó en El Vaticano, cuando cubría una reunión de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación). “Volamos en el Concorde, primera clase, mientras María Félix iba en clase turista, en ese mismo vuelo”.
Y resulta que visitarían la Capilla Sixtina y debían vestir de negro, vestido largo, por si tenían oportunidad de saludar a Juan Pablo II. “El Papa recibió a todos los delegados en la Capilla Sixtina, allí dirigió unas palabras. Yo llevaba un recuerdo, una cabecita Olmeca. Siempre compraba, porque encuentra uno siempre personas que le ayudan a uno en los viajes internacionales. Siempre llevaba cositas de México. Resulta que ya termina, y se viene en medio, repartiendo la bendición a un lado y otro. Yo le dije a Olga Moreno, le voy a dar la cabecita Olmeca. Te van a matar, me dijo, porque estaba la guardia Suiza con sus espadas, en medio de donde pasaba. Yo dije, de aquí soy. Cuando él viene, me pasé debajo de las lanzas, y Olga grita: ¡Viva México! Y se detiene el Papa. Si lo hubiéramos pensado, no nos sale. Se detiene el santo Papa, cierra los ojos, y dice Messicooo, Messico, ya había venido, la primera vez a México. Entonces me toma de la mano, yo le doy la cabecita, y le pregunto: ¿Su santidad, va a ir a Los Ángeles? Había cancelado su primer viaje a California, a una reunión de la juventud. Entonces me dijo: Yes”.
Cuando salieron a la sala de prensa de la FAO, todo el mundo ya lo sabía. Los directivos mexicanos que ahí andaban les gritaban: “Esas son mis reporteras”. Fue una noticia que le dio la vuelta al mundo. “Así llegaban todos: Dónde están las mexicanas que entrevistaron al Papa. Con eso solamente, porque estaba en entredicho, no se había fijado si él iba a regresar, si él iba a ir a la reunión de la juventud”.
Don Mario Vázquez Raña le ofreció la Jefatura de Información de El Sol de México en algún momento de su ascendente carrera. “Le agradecí que me preguntara si lo aceptaba. Le dije que le servía más en la calle. Soy reportera. Otro compañero le dijo que podía dirigir un periódico. Pero aquí sigo, soy reportera”.
Las historias son muchas.
Bertha Becerra hace una pausa: “Yo vine con un sueño y todavía no termino. Ya son 61 años. Y aún no termino de descubrir todo lo que hay”.
AM.MX/fm