*Mónica Herranz
Sorprendida contemplaba frente a sí la botella de champaña que acompañada por dos copas escoltaban una pequeña cajita rodeada por un lazo rojo. Él la miraba a ella y ella a la cajita, mirada clavada en un pasado no siempre certero y en un incierto porvenir.
-¿No lo vas a abrir?-, preguntó él frente a la inmovilidad de ella. -Si…-. Brazo que lentamente se estiró hasta alcanzar la cajita para con cuidado sujetarla entre sus manos y suavemente deslizar el lazo que la rodeaba. Él, emocionado, al último momento, antes de que ella la abriera, se la quito de las manos y previsiblemente se arrodilló frente a ella recitando aquella conocida frase de -¿te quieres casar conmigo?.
Ella fingió más emoción de la que en realidad sentía, ¿cómo iba a decirle que no en ese momento?. -Si…si quiero-, seguido de un beso y un abrazo. Ni tiempo había tenido de procesarlo aún cuando la noticia corría ya por las redes en común, él se había encargado de eso. Familiares y amigos comenzaron a lanzar felicitaciones y bendiciones para los futuros esposos.
Al regreso de aquel fin de semana, en el que todo había transcurrido en calma y tranquilidad, la realidad cotidiana volvió a instalarse entre ellos, casi igual que siempre, sólo alterada por el aumento de la presión que ella sentía por no despertar en él esos celos que opacaban al amor y que con frecuencia se tornaban en violencia que sin temor él descargaba en ella.
-Vas a ser por siempre mía; mía mía-, le gustaba susurrarle a ella mientras pasaba sobre su mejilla una mano tosca y extendida que cuando los celos surgían, más que caricia, era amenaza que culminaba en su garganta. ¿Quién, frente a ese panorama, iba a decirle que eso no pasaría?.
Así que continuó la historia cada vez más llena de ironía. Cena formal con la familia para anunciar el compromiso, visita a distintas haciendas para elegir el lugar en dónde la boda se realizaría, despedida de soltera mixta, y a todo ella decía que sí, que si quería.
En el fondo, él, encantador frente a la mayoría, le generaba miedo y desconfianza pero también lo quería, por eso iba cediendo y cediendo, aunque algo detro de sí misma le decía, -¡corre, huye, o de esta quizá no salgas con vida!-. Por eso, por aquella sensación y aquella voz, fue que no pudo decirle que no aquel día.
Nunca para ella había tenido mayor sentido lo de anillo de compromiso y es que así comprometida se sentía a tener que acceder, a tener que ceder, a tener que complacer, porque las consecuencias de decir no podrían salirse de control.
Por eso planeó todo en secreto un día, uno que se convirtió al tiempo, en uno de sus mejores días, decidió ir a escondidas en busca de apoyo y guía.
Podía haberlo confrontado de manera directa, podría haberle dicho que había caido en cuenta de su codependencia, que no se casaría con él y que la historia del compromismo hasta ahí llegaría, pero debía ser más inteligente y cauta porque de la confrontación podía salir, por lo menos, mal herida.
Así que lo planeó con calma y la cabeza fría, sabía que en poca gente podía confiar, asi que nada más los cómplices sabían.
Como es tradición, el novio debía llegar antes que la novia y en ese lapso, en esos quince o veinte minutos estaba la oportunidad para ella. Salió de casa en compañía sólo de quien habría de llevarla a la iglesia, un chofer al que un buen dinerito le pagaría, quien en vez de tomar rumbo hacia el sagrado recinto, mejor al aeropuerto se dirigiría. Su mejor amiga, maleta en mano y muda preparada, allá la esperaría.
A la par, un coche idéntico al que la llevaría iba camino de la iglesia, con un maniquí vestido de novia en la parte de atrás. Llegó a la iglesia y el novio lo vio a lo lejos, sonrió y pensó que ella en cualquier momento bajaría. Avisó a los invitados y el cortejo se comenzó a preparar, pero la novia no terminaba de llegar.
Todos ya dentro de la iglesia mientras él, fuera, llamaba y llamaba a la novia por celular. Pasó de nuevo el coche, pero esta vez no había nadie atrás. El chofer frenó un momento frente a él y entrególe un sobre con una nota que brevemente decía, “Dije que sí por compromiso y ahora digo no por verdad. Te devuelvo este anillo mientras voy rumbo a la libertad, quédate con los celos y la violencia, quédate con tu mentira que yo ya estoy volando para no volver jamás”.
Trás hablar de este sueño en terapia ella se sintió aliviada por haber podido aceptar que no se quería casar. Hay cosas que son difíciles de identificar y expresar con claridad, por suerte el deseo inconsciente a través de los sueños, también sabe cómo hacerse escuchar.
*Mónica Herranz
Psicología Clínica – Psicoanálisis
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