Por Lizbeth Woolf
CIUDAD DE MÉXICO.- Con motivo del Día Nacional del Cine Mexicano, que se conmemora cada 15 de agosto, te presentamos una breve reseña del cine de la Revolución Mexicana.
Cabe recordar que el Día Nacional del Cine Mexicano, coincide con la primera proyección pública de películas en México, realizada en el Castillo de Chapultepec el 15 de agosto de 1896. Esta proyección marcó el inicio de la historia del cine en México, que ha evolucionado hasta la actualidad, con una gran variedad de géneros y estilos.
La Revolución Mexicana ha sido uno de los grandes temas cinematográficos, no solo de nuestro país sino de otras cinematografías. El cine muestra esta época importante de la historia de México y de su pueblo a partir del año de 1910: de la caída de Porfirio Díaz; la toma del poder de Francisco I. Madero; La crisis constitucional, a la sucesión presidencial de Lázaro Cárdenas en 1940, señala la Cinemateca Mexicana del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Documentos de este período son obra de los camarógrafos mexicanos Salvador Toscano, los hermanos Alba y Jesús H. Abitia, realizadores mexicanos testigos del movimiento revolucionario y que lo dejan en plasmado en imágenes en movimiento. El cinematógrafo Lumière fue el primer dispositivo con el que se filmó y proyectó estas imágenes, el comprador de este fue Salvador Toscano Barragán, el estudiante del colegio de Minería en 1895, quién ve el dispositivo promocionado en la revista francesa “La naturaleza” y lo teléfono . Inicia filmando Vistas (películas cortas). Colección de películas y con tema revolucionario son unidas por su hija, Carmen Toscano, quién forma la película Memorias de un mexicano (1950).
Otros camarógrafos mexicanos importantes son Julio Lamadrid quién filma con un dispositivo de la casa Pathe; otro es Manuel Becerril: Las fiestas del centenario, Desfile histórico y Polavieja en México.
Los hermanos Salvador, Guillermo y Eduardo Alba nos dejan la documentación más importante de la caída de Porfirio Díaz, siguiendo luego al presidente Francisco I. Madero hasta su muerte.
Jesús H. Abitia sigue todo el movimiento revolucionario y realización. Epopeyas de la Revolución, único montaje de imágenes aprobadas por la Secretaría de la Defensa Nacional como versión oficial.
De la primera época revolucionaria solo dos nombres se han guardado en la memoria colectiva del cine: Pancho Villa y Emiliano Zapata.
Dos películas importantes difundidas a nivel mundial son: Viva Villa (1935) de Howard Hawks / Jack Conway, con Wallance Berry en el papel de Villa quien interpreta la visión que los norteamericanos tienen del héroe revolucionario: bueno y enamorado; El otro filme es Viva Zapata (1952) de Elia Kazan, con Marlon Brando interpretando a Zapata, siendo también la historia del héroe romántico de la Revolución Mexicana. Otra filmografía importante la encontramos en nuestro propio cine: Vámonos con Pancho Villa (1935) de Fernando de Fuentes; La Adelita (1937) de Guillermo Hernández G .; Con los Dorados de Villa (1939) de Raúl de Anda; Si Adelita se fuera con otro (1948) de Chano Urueta.
Villa es recreada por Ismael Rodríguez en la trilogía de películas: Así era Pancho Villa; Pancho Villa y la Valentina y Cuando viva Villa es la muerte. Pedro Armendáriz es Francisco Villa en estas películas y en cada una de ellas el personaje femenino tiene gran importancia: Jesusita en Chihuahua (María Elena Marqués); La Valentina (Elsa Aguirre) y La Adelita (Alma Rosa Aguirre). En esta trilogía, Ismael Rodríguez cuenta una serie de relatos cortos, anécdotas imaginarias y reales sobre Villa. Es una obra sin personalidad cinematográfica y Pedro Armendáriz está muy ajeno a darle vida propia a Villa.
Estas cintas son presentadas en este ciclo, no por sus cualidades cinematográficas, sino por la importancia que se le da al personaje de Pancho Villa, héroe revolucionario.
Durante la Revolución Mexicana (1910-1917), el cine jugó un papel importante como material propagandístico o noticioso. Reunir un gran número de personas por su valioso contenido. Los cineastas filmaban sin pretensión alguna de apoyo de ninguno de los bandos, porque el resultado se confunde y no querían perder la vida por haber apoyado a algunos de ellos.
Un gran impulsor del cine fue el Centauro del Norte, Pancho Villa. Este personaje histórico, gran héroe de la Revolución, llevó el cine a otro nivel. El documental fue un género iniciado por Doroteo Arango (Pancho Villa), del que su mecánica de filmación y sus contribuciones, siguen hasta nuestros días haciendo del cine mexicano, una gran influencia mundial del séptimo arte.
Otra gran aportación, fueron las “apoteosis” creadas por Francisco I. Madero, las cuales son tomas con final jubiloso al final de la cinta con finas de elogio para el protagonista fílmico. Esto se refiere a que en términos propagandísticos, era y es una forma de buscar aceptación e idolatrización de los políticos ante el público espectador.
La época post-revolucionaria se caracterizó cinematográficamente por los temas rurales y sobre el tema de la misma revolución, donde podemos tener un poco más cerca de lo sucedido durante esta guerra tan importante que sufrió México.
Inclusive el director ruso Sergei Eisenstein rodó la película ¡Que viva México! Nunca terminé, pues los inversionistas, intelectuales de izquierda estadounidenses, fueron perseguidos por lo que tuvieron que cortar los recursos a nuestro director ruso.
La época de Oro Mexicano muchos lo marcan desde 1936 hasta 1957, aunque los puristas del cine dicen que coinciden con la Segunda Guerra Mundia (1939-1945). Durante la época del cine de oro se produce un promedio de 122 películas cada año, cantidad que para la época sobrepasaba los límites soñados.
Ese período de esplendor se caracterizó por abordar las siguientes temáticas: comedias rancheras y musicales, historias policiales y representaciones de la vida de la clase media, logrando retratar un país que vivía un proceso de urbanización, con el que los espectadores se identificaban. Además de esos temas, en 1950 Luis Buñuel realizó su obra maestra mexicana Los olvidados, película sobre los jóvenes marginados de la gran capital que obtuvo el premio al Mejor Director en el Festival de Cannes, en 1951, cobrando los tintes trágicos que nadie se atrevía a sacar por la pantalla grande.
La Sombra del Caudillo: Una Película Prohibida
Aunque parezca el argumento de una historia de ficción, es un hecho real que La Sombra del Caudillo sin proponérselo se convirtió en una película maldita, porque nunca se permitió su estreno en 1960, sino que tuvieron que pasar treinta años para que el entonces gobierno de Carlos Salinas de Gortari permitiera su exhibición pública.
Considerada por el director Julio Bracho como su mejor película “sin discusión”, La sombra del caudillo está basada fielmente en la novela homónima de Martín Luis Guzmán, obra fundamental de la literatura mexicana que parte de dos hechos reales, la rebelión de Adolfo de la Huerta en 1923 y el asesinato del general Francisco Serrano cuatro años después.
Grosso modo la historia cuenta la forma en que: El general Ignacio Aguirre se subleva contra la decisión del caudillo al imponer a su ministro de gobernación como candidato a la presidencia. La contienda toma carices violentos cuando el general sublevado se lanza a la disputa electoral. Con el fin de prevenir una revuelta, Aguirre y sus partidarios son traicionados y asesinados por militares al pie de una carretera, sobreviviendo únicamente el diputado Axkaná, testigo de los hechos.
Por sus características formales la novela se prestaba para su adaptación fílmica ya que Guzmán imita la técnica cinematográfica del montaje en varios pasajes, al describir la afluencia de imágenes que los personajes contemplan desde las ventanillas del coche a modo de back projection, recurso con el que expresa la mezcla de belleza y sordidez que caracterizan la novela. Utiliza además la concentración de acciones en un tiempo limitado superando así los espacios temporales en escenas dinámicas de cortísima duración real.
La lectura y comparación de los tres textos (novela-guión-filme) permite corroborar que si bien el director cambió el final, respetó la narrativa y transcribió íntegros los fragmentos referidos a la atmósfera por donde transitan los personajes del escritor, quien a través de finas descripciones tonales establece un paralelismo con el ambiente político. Al respecto la destacada escritora Margo Glantz dice: “Estar a la sombra significa poder mirar a los que están a la luz, al descubierto, luciendo su físico pero también descubriendo su juego. Consciente de ello el realizador utiliza la sombra como metáfora visual a lo largo de toda la película, en la que los personajes viven bajo el influjo del Caudillo (quien aparece sólo en dos escenas) y la luz para contribuir a fortalecer el carácter dramático de las situaciones.
Para Bracho, quien se autodefinía como un director que emplazaba su cámara y creaba imágenes “una por una” era “inconcebible dejar al fotógrafo la creación del lenguaje visual de un film”. Por ello estableció durante toda su trayectoria productivas y perdurables relaciones laborales con los cinefotógrafos Gabriel Figueroa, Alex Phillips, y Raúl Martínez Solares, cuyos frutos serían títulos notables como: Distinto amanecer (1943), Historia de un gran amor (194), Crepúsculo (1944) y Rosenda (1948).
Con Agustín Jiménez, otro gran maestro de la cámara había realizado la cinta La cobarde (1953), un sugestivo “ejercicio de estilo” en el que ambos experimentaron las posibilidades de la luz barroca, el uso reiterado del rostro en primer plano y las manos como leiv motiv. Elementos plásticos que alcanzan su forma definitiva en La sombra del caudillo, en la que el binomio director -fotógrafo aprovecha al máximo los recursos de la monocromía, siguiendo los principios eisenstenianos que veían en la película blanco y negro no una ausencia de color, sino una cierta gama en la cual reside el estilo plástico de la obra.
En congruencia con la historia original las locaciones de la película se filmaron en escenarios emblemáticos de la capital; la antigua Cámara de Diputados, el Castillo de Chapultepec, las Secretarías de Gobernación y Guerra, el Paseo de la Reforma, el palacio de Bellas Artes y calles de la Ciudad de México, aparecen majestuosos gracias a una perfecta composición clásica, de diagonales y puntos de fuga, en respeto absoluto de la línea de tercios. Sobresalen además las panorámicas de la carretera de Toluca, obtenidas a través de potentísimos lentes.
El director ocasionalmente se apoya en recursos estéticos del expresionismo alemán. Esto es notorio en el uso reiterado del primer plano, el uso del alto contraste, los ángulos forzados en contrapicada y el uso de la luz para resaltar contornos y texturas. Ejemplo de lo anterior es la escena del atentado en la escalera de la Cámara de Diputados, en la cual las sombras grafito de los barandales, ventanas y el influjo de personajes fuera de cuadro cuya sombra se percibe (anticipación típica del género) dramatizan la escena. Reminiscencias visuales de una gramática sellada por Fritz Lang y su fotógrafo Fritz Arno Wagner, y una estética perceptible en Jiménez tanto en algunos retratos de su primera etapa, como los inicios de su carrera tras la cámara, al lado de dos amantes confesos de esa corriente cinematográfica; Fernando de Fuentes y Juan Bustillo Oro.
La censura
Con guión del director Julio Bracho y Jesús Cárdenas, sobre la novela homónima de Martín Luis Guzmán publicada en 1929 en España, esta cinta generó suspicacias entre la cúpula militar y el gobierno de Adolfo López Mateos, a través de la Secretaría de Gobernación, cuando ya habían pasado más de quince años de que un militar hubiese sido Presidente de la República.
Considerada como un atentado contra el sistema político mexicano, Julio Bracho tuvo que soportar insultos y amenazas por parte de quienes estaban en el poder en la década de los sesenta. Confiado que con la llegada de Gustavo Díaz Ordaz las cosas iban a cambiar, sufrió una terrible decepción pues el poblano junto con su Secretario de Gobernación Luis Echeverría, resultaron ser más intolerantes; de ningún modo iban a permitir que esa película mostrase al pueblo mexicano una sarta de mentiras sobre los procesos internos del gobierno revolucionario.
Filmada en Blanco y negro y con un reparto estelar que incluye a Ignacio López Tarso, Tito Junco, Carlos López Moctezuma, Víctor Manuel Mendoza, Bárbara Gil y Kitty de Hoyos, por citar sólo algunos, permiten al espectador adentrarse en las entrañas del poder antes de que éste fuese institucionalizado, con lo cual se dio origen al priísmo que habría de controlar el país por siete décadas.
Durante el sexenio de Luis Echeverría y con el nombramiento de su hermano Rodolfo al frente de la cinematografía nacional, Julio Bracho intentó de nueva cuenta negociar la proyección de su obra, accediendo incluso a realizar un proyecto fílmico que no fue del agrado ni del público ni de la crítica: En Busca de un Muro (1974), que retrata la vida del pintor zapotlense José Clemente Orozco. Esta vez la negativa fue por partida doble, su película debía seguir enlatada.
En 1978, México pierde a uno de sus directores más talentosos y vanguardistas: Julios Bracho. Muere decepcionado porque nunca pudo ver su obra en las marquesinas de los cines. El estigma de película maldita lo acompañó hasta su tumba.
A mediados de los ochenta cuando las videocasteras llegaron a nuestro país empezaron a venderse copias clandestinas de La Sombra del Caudillo en el DF y otras poblaciones. El gobierno de Miguel de la Madrid no fue capaz de impedir que aparecieran reseñas, críticas y comentarios de la mítica película. Después del terremoto México cambiaba.
Finalmente, el 25 de octubre de 1990 en la Sala Gabriel Figueroa, la Secretaría de Gobernación permite que salga de su encierro la cinta de Julio Bracho. Una copia de 16 mm bastante maltratada hace suponer que los negativos fueron destruidos, quizás como última lección de un grupo de personajes oscuros que pretendían esconder la historia tapando el sol con sus dedos manchados de sangre.
Cosas del destino, en la actualidad, en cualquier tienda dedicada a la venta de películas es posible hallar el DVD de La Sombra del Caudillo, incluso, el canal De Película la trasmite con regularidad. Vale la pena verla, para rendirle honor a Martín Luis Guzmán, hombre valiente que se atrevió a escribir lo que entonces era un riesgo de muerte; y para recordar con respeto a Julio Bracho, un osado cineasta que sufrió en carne propia la persecución y el desprestigio en su propio país.
AM.MX/fm