CIUDAD DE MÉXICO.- «¡Me lo enseñó Steven Adler!”, contesta Slash en una entrevista con la revista Rolling Stone sin dejar terminar la pregunta, con el apuro y los decibeles de quien aprieta un botón y sale eyectado del asiento de un avión en vuelo. La imagen es fantástica: del otro lado de la línea está uno de los mejores guitarristas que jamás hayan respirado, un tipo capaz de abarajar el solo que le tires y mejorarlo por más moño que sea, y resulta que él también empezó tocando el tu-tu-tún tu-tu-tutún de “Smoke on the Water” medio a los tumbos. Como vos, como yo, como -suponemos- Rolo de La Beriso, como casi cualquier ser humano al que le haya caído una criolla cascoteada en las manos desde que Ritchie Blackmore lo craneó para Machine Head (1972).
Ayuda a aflojar la charla imaginarlo adolescente, recibiendo instrucciones de su amigo baterista (en ese momento todavía guitarrista) y forcejeando contra cuatro notas que un par de años después -doce horas diarias de práctica mediante- podría tocar con los rulos tapándole la vista y borracho hasta la semiinconsciencia. Son datos simpáticos que agrandan el mito: un comienzo así de terrenal, el hecho de que cada tanto le cerraran la puerta de algún negocio de instrumentos en Los Ángeles porque parece que se le quedaban pegadas algunas cosas, que haya audicionado para tocar en Poison… ¡y no haya quedado! Uno a veces pierde de vista que las estrellas son gente, así que es un gusto hablar con la evolución de aquel pibe al que Deep Purple le sacó los primeros callos.
De modo que sí, en la vida Slash es Saul Hudson, muchacho de a pie con más calle que mística y brillo. Pero eso cambia cuando sube al escenario: ahí Slash es Slash, el fucking guitarrista de Guns N’ Roses, el que compuso “Paradise City” y “Welcome to the Jungle”, el que armó Velvet Revolver y su Snakepit y después las desarmó, y el que viene a hacer un Movistar Arena el 9 de febrero con The Conspirators (dos días después se presentará por primera vez en el Cosquín Rock), la banda en la que -entre otras cosas- al fin encontró a un socio que le aporta voz y carisma pero también paz. “Myles [Kennedy, ex-Alter Bridge] es genial. Primero que nada es un gran cantante, no puedo decir lo suficiente sobre su capacidad vocal. Pero además es muy fácil trabajar con él, muy fácil de llevarse bien, un tipo que trabaja muy duro como yo. Y es muy consciente de la melodía, la composición y esas cosas. Así que siempre congeniamos”, dice.
Kennedy también aporta letras, entre ellas la de “The River Is Rising”, el tema de 4 (2022) que le da nombre al tour que lo trae a Buenos Aires una vez más, una canción con anclaje social que sobresale en un repertorio no tan comprometido y que por su reflexión y su bajada de línea (“todo en nombre de nada, ¿nos hipnotizaron? Sin duda el final se acerca, nos estamos quedando sin tiempo”) parece compuesta pensando en el país que están a punto de visitar. “No sé si es una declaración. No estoy tratando de mandar mensajes políticos ni nada por el estilo. Pero cuando escribimos canciones para el disco, teníamos ‘The River Is Rising’ que funcionaba como un reconocimiento a la marea creciente de ansiedad, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo en este momento. Así que básicamente de eso trata la canción: más que una declaración, es una toma de conciencia”, describe Slash.
Así, los Conspirators bajan a chequear nuestro capítulo del caos global para atravesar una experiencia muy distinta de la que su líder vive cuando viene con su otro grupo: la de sentir casi cara a cara el aliento del público argentino en un estadio cerrado. “Bueno, desde ya que son diferentes. Quiero decir, tiendo a preferir lugares más chicos en general, pero descubrí que cuando Guns N’ Roses toca en estadios también puede ser bastante personal. Desde que volví a los Guns en 2016 siento que los estadios vienen siendo mucho más personales de lo que eran en los años 90. Pero sí, cuando tocamos en estadios cerrados y clubes y cosas así, obviamente es un entorno mucho más íntimo y tiendo a preferir eso, pero al mismo tiempo me gusta variar. Me gusta una mezcla de todo”, explica.
Al aire libre o bajo techo, los argentinos tienen un altar en el corazón para todo lo que tenga que ver con los Guns desde aquel diciembre de 1992 en el que tocaron en River y superaron la categoría de banda de rock para alcanzar el estatus de fenómeno social, con el presidente de entonces tildándolos de “forajidos”, fans quitándose la vida (literalmente) por no conseguir tickets y el mito (inventado por el mismísimo Chiche Gelblung) de unas botas que Axl quemaría de puro asco tras pisar la tierra del mate y el asado. “Argentina siempre se destacó como uno de los lugares más especiales de los que visité en mi carrera. Tienen uno de los públicos más espectaculares del mundo: siempre sentí que el público argentino fue especialmente generoso con Guns N’ Roses y conmigo personalmente. Así que Argentina es muy especial”, dice. A Slash este país lo inspira: alguna vez contó que “C’est la vie”, otro tema de 4, fue escrito en la habitación de un hotel porteño.
Pero claro, este del que estamos hablando es el Slash profesional, el que después va y se calza la galera y se convierte en un dios de oro seguido a todos lados por trescientos reflectores carísimos durante una hora y media. El otro Slash, el Saul pibito y macanudo que todavía respira abajo del señor famoso, goza de su instrumento pero prescinde del circo: pura pasión amateur. “Todavía soy un guitarrista cohibido e inseguro”, le dijo a Guitar.com, no en 1987 sino en 2019, demostrando que no hay éxito lo suficientemente grande como para calmar a un super-yo. “Sigo obsesionado con la guitarra”, amplió en 2022 en una nota con GQ, para después linkear su pasado, su presente y algún posible futuro: “Lo que amo hacer es rock n’ roll de alta energía, y eso no se tranquilizó mucho desde que empecé”. Ese es el Slash que brilla: el que contesta sobre “Smoke on the Water” con el mismo entusiasmo que seguro tenía cuando al fin pudo descular ese riff.
¿Tenés algo que toques siempre para “calentar”? ¿Alguna parte, algún solo, algo que salga de tus dedos casi sin pensar cuando agarrás una guitarra?
No, pero es una idea interesante. Nunca lo había pensado. No hay un riff específico o algo así que use para calentar. Calentar en realidad es difícil, no es fácil saber qué querés tocar. Es mejor si estoy componiendo algo: esa es la mejor manera para mí de calentar y practicar, tocar de verdad. No tengo un riff: uso lo que sea que esté componiendo en ese momento, o si hay algo que me llamó la atención. O algún patrón determinado, algo así. Encuentro algo para empezar y después simplemente sigo calentando en la dirección que salga.
Así que su forma de entrar en ritmo es activa: el tiempo para calibrar es también tiempo para crear, y ya lo probó cuando convirtió un arpegio tocado en joda en un ensayo en el riff de “Sweet Child O’ Mine”, número uno del chart en Estados Unidos, en Inglaterra, y en medio planeta, en 1988.
Puede que no muchos sepan que Slash tenía destino de bajista (porque el guitarrista en la banda inexistente que compartían a fines de los 70 era Adler) hasta que se cruzó en su vida Robert Wolin, un maestro de música que supo flexibilizar el programa de teoría y solfeo para poner “Brown Sugar” de los Rolling Stones en un estéreo y doblarle el cerebro a su alumnito. “Sea lo que sea que estaba haciendo Robert, eso era lo que yo estaba buscando. Miré fijo su guitarra: estaba asombrado, maravillado. ‘Eso es lo quiero hacer’, le dije. ‘Eso’, y le señalé con el dedo su guitarra. Él fue muy alentador: me dibujó algunos acordes, me indicó la posición de los dedos en su guitarra y afinó la única cuerda que tenía mi guitarra. También me dijo que debía conseguir las otras cinco cuerdas en un futuro cercano”, contó alguna vez.
Aunque se considera autodidacta (por la mencionada enfermedad de practicar no menos de doce horas por día en su adolescencia), Slash le agradece a Wolin haberle mostrado el camino: “Como intérprete, definitivamente hay cosas en mi técnica que fueron inspiradas por él. Esta técnica de la púa ascendente y descendente la aprendí de él. No conocía ningún otro tipo de técnica en ese momento y me sirvió, fue una buena lección. Me acuerdo de cuando estaba aprendiendo a tocar ‘Immigrant Song’, de Led Zeppelin: si no fuera por la púa ascendente y descendente, nunca hubiera podido tocar ese riff. Así que eso fue importante”.
Otra de las obsesiones de aquella época que lo persiguen hasta hoy es la de los tonos de guitarra: la búsqueda constante de un color, un timbre distintivo, esa brujería que hace que con escuchar tres notas de un punteo suyo ya nadie pueda pensar que el que toca es otro. “Robert también me influyó en eso -dice- Creo que fue con Disraeli Gears (1967), de Eric Clapton con Cream: él me ayudó a apreciar que ese era un tono buenísimo, a identificarlo. Quizás lo había escuchado antes, pero no sabía específicamente de qué se trataba. Él me lo señaló y eso se quedó conmigo para siempre”.
Slash, nacido en 1965, se crio en base a una dieta muy específica: guitarristas de esa era en la que el blues se endureció y mutó en hard-rock. Más tarde descubrió a Eddie Van Halen, a Alice Cooper y al hardcore-punk de grupos como FEAR o The Germs, pero lo que primero le hizo parar la oreja fue el traqueteo sucio por el diapasón de Clapton, Jimmy Page, Mick Taylor, Joe Perry y -más que nadie- Jeff Beck. “Come Dancing”, un funk deforme del guitarrista inglés que perdimos en enero de 2023, fue la primera canción que les mostró orgulloso a sus amigos cuando la aprendió: “Pasé por una fase de Jeff Beck en mis primeros años tocando. Lo descubrí con Blow by Blow (1975), y Wired (1976) fue el siguiente disco en el que me sumergí. Y ‘Come Dancing’ era un punto destacado en ese disco. Es el tipo de riff y las melodías que me hablan personalmente. A todos nos encanta Jeff y todos reconocemos lo virtuoso que era como guitarrista, pero mis cosas favoritas suyas son sus obras más bluseras y de rock de la vieja escuela, porque tenía una manera de tocar rock que no tiene comparación con nadie. Eso tuvo un gran efecto en mí. Beck-Ola (1969) y Truth (1968), los discos del Jeff Beck Group. O las cosas con Rod Stewart: eran espectaculares para tocar en la guitarra. Pero en Blow by Blow también hay giros tonales increíbles. En cualquier disco de Jeff, ya sea un estilo que te guste o no, siempre hay algo notable”.
No es casual que en Truth, uno de esos álbumes que le quebraron la testa al pequeño Saul, Beck le haya dado descanso a su inseparable Stratocaster para pasarse a la contra y empuñar la que, en definitiva, se convertiría en la guitarra insignia de Slash: la venerable Gibson Les Paul. “Ni me acuerdo de cuándo usé una por primera vez: sólo tengo el recuerdo de pensar casi inconscientemente ‘che, esa guitarra está buena’”, contó en una entrevista. Algún duende del rock le puso una en las manos, seguramente a principios de los 80, y desde ese momento se volvieron inseparables: se dice que tiene más de cien, hizo trece modelos custom en colaboración con Gibson y se lo considera responsable de la vuelta de ese modelo al mainstream rockero. Incluso tiene una preferida, una réplica de una Les Paul 1959 que construyó el lutier Kris Derrig: “Fue mi primera Les Paul buena. La primera Les Paul con la que grabé [la usó para Appetite for Destruction, debut de Guns N’ Roses del 87] y simplemente sonaba de una forma única. Así que siempre es mi primera elección cuando entro al estudio y necesito agarrar rápido una guitarra que sé que me va a funcionar, con la que que puedo trabajar. Siempre fue esa guitarra. Toco con muchas otras guitarras todo el tiempo, pero esa es muy personal para mí”. Epílogo dramático de la historia: Derrig murió en 1987, justo antes de ver cómo su criatura se convertía en una de las guitarras más icónicas de todos los tiempos.
Así, Slash se hizo un nombre y patentó un estilo, gracias a lo cual no sólo le fue maravillosamente bien como miembro de Guns N’ Roses y sus proyectos solistas, sino que también supo instalarse como un sesionista cotizado. Su lista de colaboraciones va desde “Give in to Me” de Michael Jackson hasta “Moja mi corazón” de Marta Sánchez, desde “Always on the Run” de su compa de secundaria Lenny Kravitz hasta “Nada puede cambiarme” de Paulina Rubio. Hay una fabulosa que terminó mal: Bob Dylan lo convocó para aportar un solo a “Wiggle Wiggle” de Under the Red Sky (1990), le pidió que tocara “como Django Reinhardt”, lo boludeó un par de horas (“era imposible para trabajar”, contó) y terminó tirando a la basura todo lo que grabó (“dijo que sonaba muy parecido a Guns N’ Roses… y yo pensé: ‘¿Y entonces para qué estaba yo ahí?’”). Su último featuring es la versión rock de “Sorry Not Sorry” de Demi Lovato, en 2023, tema en el que -como en todos los anteriores- aceptó tocar solo por afinidad artística: “Está bueno colaborar con otros. Hice mucho eso a lo largo de los años pero no tanto en los últimos tiempos: diría que disminuyó bastante en los últimos diez años porque estuve muy ocupado con los Conspirators y con la vuelta a los Guns. Pero hice algunas sesiones hace poco, y es divertido entrar y poder captar algo de lo que está pasando y agregarle algo, especialmente si es un tema que te gusta, algo que te inspira, que es generalmente lo que intento hacer: encontrar algo que realmente me atraiga y no simplemente tocar por tocar”.
Para tocar por tocar ya tiene sus bandas, su estudio casero, su colección multimillonaria de Les Paul. En ese contexto vuelve a aparecer de tanto en tanto el Saul que se quemaba las yemas con Purple; en el descanso de una gira, después de un show para ochenta mil personas, el medio de una grabación con alguna megaestrella que requiera sus servicios, Slash se hace un rato para encontrar desafíos nuevos. “Cualquier cosa que me haya sentido motivado a aprender: no me detengo hasta que aprenda a tocarla, no importa qué sea. Pero dicho esto, no hay muchas cosas que quiera aprender que sean tan técnicamente difíciles que me resulten imposibles. Hay algunas cosas de Danny Gatton [guitarrista estadounidense fallecido en 1994, conocido en la Argentina por su tema “Funky Mama”, usado en su momento como cortina de La TV ataca] que creo que serían muy complicadas de aprender a tocar, pero prefiero escucharlo que intentar aprender a tocar todo lo suyo”, dice.
Eric Clapton, uno de sus ídolos, contó que tuvo que encerrarse una semana en una habitación de hotel a ensayar las canciones de Robert Johnson cuando se le ocurrió grabar el disco tributo Me and Mr. Johnson (2004); Slash admira ese tipo de esfuerzos y copia el método mientras -sin querer- deja un mensaje motivacional: “Si hay algo que querés tocar y sabés que es muy difícil, simplemente tenés que trabajar hasta que puedas tocarlo”.
Ese es, seguramente, el más nítido de todos los links entre aquel aprendiz y este superastro: hacer todo lo posible por tocar hoy un poco mejor que ayer. No hay Disco de Diamante que aplaque ese hambre: “Practico constantemente. Siempre estoy tocando mi guitarra. Quizás no es lo que la gente piensa cuando se habla de ‘practicar’: sentarse y repasar al detalle escalas o algo así. No hago eso necesariamente. Pero me aseguro de estar tocando todo el tiempo. Así que si estoy en un ensayo estoy tocando, en casa estoy tocando, o componiendo, o grabando o algo. Pero casi todo el tiempo tengo una guitarra en las manos”.
AM.MX/fm