Por Itzel García
El inicio in media res es crudo. Un pie calzado por una bota sucia se encuentra sobre la cara de un hombre joven y sangrante; su boca está silenciada con cinta adhesiva. La bota parece silenciar doblemente, pues está justo encima de la boca y la mejilla del hombre.
Los dedos del pie de otro personaje que viaja en la misma camioneta se mueven, tal vez sólo como un reflejo parecido al de las lagartijas cuando pierden la cola: en este caso, el individuo pierde la vida.
La cámara, en su icónico registro de la realidad, abre la toma que inicialmente estaba en close-up. Con una visión general del panorama, se vuelve un personaje más dentro de la historia. Al plantarse en el transporte donde viajan los dos individuos masacrados, observa el camino de frente; después mirará mientras se aleja del escenario de mañana fría, tranquila y desolada.
Un pueblo del bajío sirve como locación para representar la realidad de un país. Pobreza, corrupción y violencia aquejan desde las entrañas a una enorme estructura social.
En Heli, el espectador encuentra ante sí un retrato de la violencia imperante en México, así como de la forma en que el crimen es capaz de trastocar la vida de una familia humilde.
La belleza y luz de los paisajes extensos y deshabitados mostrados por el filme, se combinan con los sentimientos de angustia, tragedia y desesperanza vividos por cada uno de los personajes.
La soledad enfrentada por Heli y su familia en medio de las injusticias, remite al olvido de aquellos a los que Eduardo Galeano llamó “los nadie”. En el contexto de la película, Heli y los suyos se convierte en “los nadie” para las autoridades.
El filme cuenta con un formidable trabajo de ambientación realizado por Daniela Schneider, en él logra plasmar el estilo de vida popular sin llegar a caer en estereotipos ni en la vulgarización de la pobreza.
El apacible estilo de vida de una familia da un giro inesperado, se convierte en una secuencia de sobresaltos y traumas violentos normalizados por ellos y por la población que los rodea.
La narrativa también plantea la presencia de una fuerte tensión sexual entre el joven matrimonio integrado por Heli y Sabrina. La tensión se sostiene a lo largo de la trama y se complica por las frustraciones y problemas de cada uno.
La secuencia final refleja cómo los jóvenes logran romper el cerco que existió entre ellos desde el inicio. Sin embargo, valdría preguntarse ¿qué tan aliviadas quedan sus almas con ese desahogo después de los horrores y torturas vividos?
La vida cansa, duele y pesa para las víctimas de la violencia. Si algo evidencia la cinta es la frialdad de la sociedad ante el sufrimiento ajeno, la normalización de los crímenes en el imaginario colectivo y la ceguera generalizada que rompe toda empatía entre seres humanos.
La casa de Heli tiene una puerta de madera, ésta sustituye a la de lámina galvanizada destruida por policías. En ese escenario, Heli se enfrenta a una intimidante camioneta de militares.
Ya no tiene miedo; el recuerdo de lo arrebatado lo orilla a enfrentarse al monstruo verde de cuatro ruedas.