LOS ÁNGELES, CALIFORNIA.- Patricia López Arnaiz, la madre atribulada de 20.000 especies de abejas; goyificada por Ane, y próximamente heroína de Los destellos –la nueva de Pilar Palomero–, es Nina.
De acuerdo con CINEMANÍA, una actriz herida en todos los sentidos, que regresa a su pueblo natal para descerrajarle un tiro al veterano escritor de novelas de viajes (Darío Grandinetti) con el que mantuvo, digamos, una relación, cuando ella apenas tenía quince años (etapa vital en la que Nina es interpretada por Aina Picarolo). En todos estos años, la herida no ha dejado de sangrar.
La Nina de Jaurrieta no es otra que la de Chéjov –la de La gaviota–, aunque también aparece en la obra teatral de José Ramón Fernández, también titulada Nina.
“La obra de Fernández, que se trae el personaje a los años 2000, tiene un par de grandes elipsis, a través de las cuales pensé que Nina podía convertirse en una antiheroína de western. Es un personaje solitario, que vuelve al pueblo, porque hay algo que la perturba, y pensé que ahí, en vez de una cuestión triste o de enamoramiento, había una venganza”, nos cuenta la directora Andrea Jaurrieta.
El western era cosa de hombres
Uno, que nunca ha ido al cine condicionado por el género del director o directora, siempre pensó que el ansiado equilibrio, la normalización, el dejar de hablar de “cine de mujeres”, llegaría cuando ellas hicieran westerns, el más cinematográfico de los géneros, y también el más masculino. No van pocos, Kelly Reichardt, Jane Campion, incluso Alcarràs tiene algo de western.
“En mi caso, está claro que quise darle la vuelta a los arquetipos, que ella fuese la heroína, que el que la cuida fuese él, o sea Blas, que el motivo de la venganza fuese puramente femenino, que la sangre que se ve venga de donde viene… Quería ponerle un arma, y alejarme de ese realismo que se presupone a las directoras”, explica Jaurrieta.
“La historia me lo pedía, y el western es un género que me gusta mucho. Aunque no fue fácil, algunas televisiones no entendían que Nina era John Wayne: él podía volver de una guerra de la que nada sabíamos en Centauros del desierto, y a mí me exigían que justificara que Nina apareciera con un arma porque es mujer, y no me dio la gana”, rememora. “No me gusta la palabra, pero tiene algo empoderador apropiarse de un género tan tradicionalmente masculino como el western. Hemos venido a hacer cine, no a hacer cine de mujeres”.
Cortinillas de cabaret
En el bar del pueblo de Nina hay unas cortinillas plateadas, muy de cabaret barato, que parece que conecte la película con Ana de día, el primer largo de Jaurrieta estrenado hace ya seis años, pandemia mediante, a mayor gloria de Ingrid García Jonsson.
“Sí, es un guiño, lo llamábamos el rincón de Ana de día”, reconoce. “Para mí son cortinas de caramelos Paco, las más baratas del mercado. Me encanta todo lo decadente. Las dos películas están conectadas por el tema del desdoblamiento”.
Y las dos son estilizados melodramas. “Sí, aunque Ana de día es más Fassbinder y aquí tenía más en la cabeza al Douglas Sirk de Solo el cielo lo sabe o Escrito en el viento”. Incluso Que el cielo la juzgue, de John M. Stahl, cosa que incluso se nota en el vestuario. Y por supuesto Vértigo, de Hitchcock, evidente en la escena de la persecución: “De hecho, se me ocurrió la persecución revisando Vértigo. Y también tiene un poco de Muerte en Venecia”.
Andrea Jaurrieta no ha visto la reciente adaptación de El consentimiento (ni falta que le hace), pero sí que leyó el libro de Vanessa Springola mientras escribía Nina. “Me dije que no iba mal encaminada”. En ambos casos, existe consentimiento por parte de la menor, pero la edad del hombre es lo que determina el abuso sexual.
“He querido matizar todo tipo de maniqueísmo, que no fuera una historia de buenos y malos, pero al final ella tiene quince años y es él quien tiene la obligación moral de saber dónde están los límites, y cómo puede afectar la relación a la niña”, explica la cineasta.
“Y sin embargo, cuando estaba escribiendo la película, pasando por laboratorios de guion, muchos script doctors me decían: ‘Ella ya no es una niña’. Y me dije: por eso es importante que cuente esta historia. Si no se ponen las cosas sobre la mesa, parece que no existan. Me han escrito muchísimas chicas para decirme que a ellas también les había pasado, que la película les había despertado todo aquello… Siempre hay cosas escondidas”, concluye.
Historia de una obsesión
“El faro de la película simboliza ese trauma escondido que siempre reaparece, una y otra vez. Es como un ciclo obsesivo, todos tenemos alguna obsesión que te persigue desde siempre. El faro determinó la luz de la película, y también su estructura, como en espiral, ese dar vueltas que no te lleva a ningún lado. Aclaro que afortunadamente la película no es para nada autobiográfica, aunque, como Ana de día, vuelve a ser muy psicológica, de conflicto interno”.
El cine, sin embargo, no basta como terapia, a veces es incluso al contrario: “Lo pasé muy mal con Ana de día, porque la sentía tan mía que, cuando llegó el estreno, hubo mucha presión”.
Lo próximo de Andrea Jaurrieta
“Macramé es una película que yo tenía que producir con Iván Luis, pero al final Bárbara Magdalena no la quiere dirigir, porque prefiere hacerla en cómic. Y la dirigiré yo, no sé cuándo. Es la historia de dos mujeres que tienen una relación que cambia, intercambio de poder a través de cuerdas y sadomasoquismo. Una señora de 70 y pico, y la ecuatoriana que va a limpiar a su casa. Habrá un poco del Fassbinder de Las amargas lágrimas de Petra von Kant, El sirviente de Losey…”.
Se nota que Jaurrieta es profesora de historia del cine, cosa que le permite racionalizar sus influencias, mostrarlas sin tapujos. “De hecho, volví al western, preparándome las clases. Volví a ver La diligencia, y me flipó la presentación de los personajes. Obviamente volví a ver Johnny Guitar, y hubo una cosa que me hizo ‘catacroquear’ la cabeza: una reposición de El bueno, el feo y el malo en los Verdi de Madrid. Tuve un stendhalazo con los títulos de crédito…”. Y eso se nota mucho en los de Nina, que son una maravilla.
AM.MX/fm