En los últimos tiempos, muy pocas veces se había registrado en México un fenómeno generalizado de frustración, enojo e indignación social como el que invade a los ciudadanos después del batidillo de Culiacán. Los diarios más representativos de la opinión pública mundial coinciden en criticar el ridículo y la abdicación de un régimen inoperante, no sólo fallido.
Pocas veces, en el curso de los últimos ochenta años, se había sentido una cosa así. Quienes lo vivimos de cerca, observamos que ya ha provocado, desafortunadamente, las tres erres clásicas: rabia, rechazo y revancha, las tres que no auguran nada bueno. Las tres que coronan la decadencia, el agotamiento de un modelo.
Estamos en el centro de una olla que hierve de indignación. Sintiendo cómo se ha humillado al régimen en el que se depositó tanta credibilidad y esperanza. Por ignorancia, se ha perdido la fe, uno de los pocos baluartes que le quedaban a un proyecto de Nación, hoy desprestigiado, sumido en el hazmerreír internacional.
Lo peor es que, como van las cosas, y como suenan las declaraciones y las justificaciones insensatas, esto no tiene remedio, no hay voluntad de rectificar, de pensar o de recapacitar. Son conceptos que no existen en la agenda. Por soberbia o por incompetencia, parece que hemos tocado fondo y no hay para dónde hacerse.
Y no se trata de las decisiones de un dictador o de un tirano
El gobiernito suena a réquiem. Sólo falta el responso. Las agarraderas de la voluntad han sido vencidas, se torcieron los brazos y se le dobló la espalda al sistema, como si se tratara de la famosa chiripiolca –“algo parecido a un ataque epiléptico, pero con shubidubi, y que le da exclusivamente a Chaparrón Bonaparte…”– de las parodias bufas de la televisión para retrasados mentales. El asunto es verdaderamente complicado porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Y no se trata de las decisiones de un dictador o de un tirano. No, es peor. Se trata de la condición estructural de un régimen amarrado a un Pacto oscuro y confinado a la nada por falta de programa, de operadores y de objetivos, perdido en reflexiones inauditas sobre buenas voluntades y moralinas de quinta estofa.
No se sabe qué hacer con el Estado, no sabemos qué pasa y eso es lo que nos pasa. No están bien aprendidas las primeras lecciones de la historia, ni las primeras letras del funcionamiento del poder, la esencia del mando. Así no podemos decir que vamos hacia algún lado. Más perdidos que un pobre gusano en gallinero. Pero el mundo nos observa perplejo, desconcertado.
¿900 millones de dólares para una reforma impuesta por EU?
El nuevo régimen subsiste gracias a los saldos en bodega de lo que quedó de los neoliberales, pues las decisiones y las amenazas insensatas han desterrado la inversión, el empleo y el dinero que existía. No puede completarse el presupuesto de este año, sólo hay un faltante de cerca de un billón de pesos que sin existir, ya está comprometido por los hidalgos diputados.
A pesar de este panorama económico, fiscal y burocrático, el nuevo régimen anuncia con bombos y platillos dignos de mejores causas que ¡tiene 900 millones de dólares para aplicar la reforma laboral!, una ocurrencia impuesta por los gabachos para poder firmar un tratadito de libre comercio que sólo beneficia a unos cuantos.
Una reforma laboral inspirada en contenidos idílicos de la Organización Internacional del Trabajo que sirve para que los coyotes sindicales burlen la voluntad de los trabajadores esgrimiendo concertaciones ajenas y que, para empezar, los gringos jamás han aplicado en casa. Sólo ganas de someter y de arrodillar al contrario.
El respeto a la autonomía sindical que pregona es el escondido propósito de consolidar el poder de las mafias y de los caciques laborales que viven y siempre han vivido de eso, de la faramalla y de la sorna. Votaciones amañadas, dirigidas por los líderes espurios, autorizadas por los coyotes que controlan los padrones y las influencias en los centros de trabajo. Una estupidez supina. ¡Pero hay 900 millones de dólares!
Ante los caprichos de un Caudillo venido a menos, destrozado
La gente se pregunta: cómo está la situación ¿llegará a ver el gobiernito esa cantidad junta alguna vez en las arcas, durante todo el sexenio? ¿O siquiera la décima parte? ¿Dónde tienen la sesera, el caletre para aventarse esas lanzadas que ya no cree un niño de primaria? ¿En qué montes de Ubeda anda el país?
Lo que se empieza a concluir es que, lo más seguro, es que los corruptos han sacado del negocio al lenguaraz Caudillo. Porque todo mundo sabe que por instrucciones del que manda en la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Arturo Alcalde Justiniani, el representante laboral de los caciques sindicales…
… padre de la que firma como secretaria, todo lo que allí se hace es para beneficiar a los corruptos del petróleo, de la electricidad, de las comunicaciones, de los ferrocarriles, de los grandes negocios del país. Nada que se salga de eso.
Lo que allí se hace es desviar fondos, peculado supino, para engrosar los caudales de Bertha Luján de Alcalde, la Jefa, la que quiere a toda costa el liderazgo de Morena, ese fantasmón que está sufriendo las reyertas y los zafarranchos en su elección interna para cumplir los caprichos del Caudillo, venido a menos, destrozado.
Unos hacen como que obedecen, el otro hace como que decide
Un Caudillo aferrado a cifras de popularidad inventadas, engañosas, perjudiciales para el sano juicio del gobierno. Montones de datos falsos que hacen creer al que toma las fatídicas decisiones que domina el escenario con mano firme, que todo va muy bien. Cantos de sirena, música al odio de un elegido para el fracaso.
Lo que allí se hace reproduce, refleja lo que está pasando en todos los renglones de la Administración, en todas las cavernas de lo fallido, en todos los tropiezos de un aparato que no se ha estrellado contra un iceberg, sino contra su propia tumba. Los operadores hacen como que obedecen, el otro hace como que decide.
Y el Caudillo nunca está. Él anda en lo suyo, errabundo por las veredas del país, comiendo tacos y caldillos en fondas y puestos al lado de las carreteras, buscando el aplauso fácil de sus fanáticos. Entregando cheques de cartón, de gran tamaño, falsos, propagandísticos, incobrables, simplemente porque no hay banco que los pague. El país también está en bancarrota, gobierno pobre con pueblo miserable. El peor de los escenarios posibles.
El ridículo total, aderezado con grandes ínfulas de perdonavidas
Y así, por ese camino, vamos derechito a convertirnos en el reino de los sinvergüenzas, en el país de los quincalleros. Ya comprobamos que tenemos un estado chimuelo, sin dientes para nada, sin energía para aplicar una sola ley reivindicatoria, sin capacidad para castigar a un solo delincuente, así sea del tamaño de El Chapito. Afectado estructuralmente de la nueva enfermedad del sistema: la chiripiolca.
Pero como decimos una cosa, decimos otra. Así como tenemos principios, tenemos también otros, por si al patrón no le gusta los que le enseñamos. El ridículo total, aderezado con grandes ínfulas de perdonavidas. Presumiendo que Trump nos comprende.
Malas noticias: nadie los comprende, menos los entiende. El revoltijo de Culiacán nos ha encuerado ante el mundo, si el mundo aún no se había dado cuenta que estábamos desnudos.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Uno de los gobernadores que más “invierte” en menciones encomiásticas en columnas de chisme político es el sinaloense Quirino Ordaz Coppel. Su papel en el ridículo culiche del 17 de octubre —¿huidizo?, ¿cómplice?, ¿cobarde?— aún no ha sido aclarado, sobremanera porque, hace un mes, el director interino de la Administración para el Control de las Drogas (DEA), Uttam Dhillon, visitó Culiacán, Sinaloa. El diario Ríodoce publicó la historia de aquella reunión “casi secreta” convocada por el gobernador Ordaz Coppel, quien, después aclaró, fue para presumir la baja de delitos en la entidad. Dhillon estuvo acompañado por el ministro consejero de la Embajada de Estados Unidos en México, John S. Creamer. ¿Qué papel jugó, pues, Quirino Ordaz?
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