HOLANDA, 6 de junio, (EDT).— La historia de Noa Pothoven, una chica holandesa de 17 años llegó a su fin el domingo pasado, pues se había negado a ser alimentada.
Pero, ¿por qué una joven de tan solo 17 años deseaba tanto la muerte? Noa deseaba tanto que se le permitiera morir que solicitó la eutanasia en hospitales de su país, donde este procedimiento es legal. Sin embargo, en la clínica se lo negaron.
Noa no padecía de una enfermedad terminal. Su dolor no era físico, sino del alma —un dolor psíquico— que la estaba matando lentamente.
Noa dejó escrito en su cuenta de Instagram el pasado sábado: “Seré directa: en el plazo de 10 días habré muerto. Estoy exhausta tras años de lucha y he dejado de comer y beber. Después de muchas discusiones y análisis de mi situación, se ha decidido dejarme ir, porque mi dolor es insoportable”. No puso fecha exacta, pero falleció el domingo.
El abuso sexual que mata en vida
Noa era una niña alegre, con buenas calificaciones. Tenía solo 11 años cuando fue violada por primera vez en una fiesta escolar. Un año después volvió a ser agredida, esta vez en una fiesta de adolescentes.
Como una terrible pesadilla que se repite, cuando cumplió los 14, Noa volvió a ser violada, esta vez, por dos hombres, en un callejón de su ciudad. No lo dijo y tampoco puso una denuncia en ese momento.
Cuando tuvo el valor de contarle a su madre, ambas fueron a poner la denuncia; sin embargo, Luego sí tener que revivir los hechos fue demasiado para Novoa.
La ayuda correcta nunca llegó
Desde entonces, la chica vivió aquejada de estrés postraumático, anorexia y depresión y su vida se convirtió en un entrar y salir de hospitales y centros especializados. Al comprobar su estado emocional, en lugar de recibir la atención adecuada para una víctima de violencia sexual, los jueces la internaron a la fuerza en una institución durante seis meses: allí la inmovilizaron y aislaron para que no se lesionara.
“Nunca, nunca más volveré a un sitio así. Es inhumano”, dijo Noa, tiempo después.
Al salir del centro la anorexia empeoró. Los padres de la joven denunciaron la falta de lugares apropiados en Holanda para casos como el de su hija. Además de que el dolor psíquico no es reconocido, la burocracia y las eternas listas de espera en los servicios de asistencia social dedicados al menor, son trabas terribles para las familias que necesitan apoyo con sus hijos.
La familia de Noa tuvo que esperar seis meses para que la admitieran en una clínica para desórdenes alimentarios, donde la chica acabó hospitalizada y con una sonda nasogástrica.
Su caso llegó a los medios de comunicación nacionales en 2018 y posteriormente publicó un libro, Ganar o aprender, donde contaba su historia. Un libro que según Lisette, la madre de Noa, “debería ser de lectura obligada para cuidadores, jueces y Ayuntamientos con responsabilidad en este terreno”, porque el dolor psíquico derivado de un trauma así no se reconoce.
Hace unos meses, sin que nadie de su familia lo supiera, la joven se puso en contacto con la Clínica para Morir (Levenseindekliniek), un centro privado holandés que practica la eutanasia desde 2013. A ella acuden en particular personas aquejadas de sufrimiento psíquico, el más difícil de evaluar objetivamente, y que figura en la Ley de Eutanasia holandesa (2002) siempre que no tenga su origen inmediato en una afección física. Pero la rechazaron.
Fue entonces cuando Noa, tomó la decisión de dejarse morir por inanición.
En Holanda la eutanasia está permitida, tanto la practicada por el médico, como la ayuda al suicidio. El paciente toma una sustancia preparada por el doctor.
El especialista debe asegurarse de que el sufrimiento del paciente es insoportable, que pide la eutanasia de forma consciente y repetida, y debe consultar con otro colega. De no hacerlo bien, la norma incluye penas de hasta 12 años de cárcel.
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