Por Francisco Medina
Después de haberle comentado a sus hijas, doña Marta Mancera Rojas, había tomado una decisión. Iría a encontrarse con su esposo, don Armando Jaimes, en Chicago, Illinois, allá en los Estados Unidos. Sabía que su enfermedad, reumas en las manos, lo atormentaba y en ocasiones le impedían poder trabajar. Sabía de la necesidad de sus medicamentos, los cuales ella misma los llevara y que junto con sus cuidados podría mitigar las molestias.
Un conocido de la familia, les presentó a Miguel Juárez, un “pollero”, quien se comprometió a llevarla hasta la puerta de la casa donde vive su esposo. No había nada que temer, era una persona de confianza, además, iría con otras seis personas, todas conocidas. Entre ellas, sus vecinos Marcelina Calixto y su hijo Ricardo.
Muchos eran los temores de doña Marta, en las noticias de la televisión se había enterado de muchos casos de personas que morían en el intento de pasar al otro lado. Sus temores crecían, pero el amor por su esposo era más grande, no importaba que la muerte acechara a la vuelta de la esquina.
Todo estaba preparado para el viaje a Tijuana y luego, cruzar la frontera. La cita, en un lugar cercano de su casa, una humilde vivienda en Lomas de Chamapa, en Naucalpan, Estado de México, allá donde todo es subir y bajar empinadas calles.
Esa mañana del jueves 27 de febrero de 2002, sus cuatro hijas querían acompañarla hasta el aeropuerto, pero Marta Isabel, la hija mayor, se opuso, nunca habían ido hasta allá y su temor era que perdiera el vuelo.
En el lugar de la cita, se encontraron con la señora Marcelina, junto con su hijo y un sobrino abordaron un taxi que los llevaría al aeropuerto.
Se despidió de sus hijas y no pudo ocultar su miedo. Ellas vieron alejarse el coche, vieron como a la distancia se perdía la imagen de su madre. Por la mente de una de sus hijas pasó un mal presentimiento: que no la volvería a ver. Se lo comentó a una de sus hermanas y ella la tranquilizó diciéndole que primero Dios, la volverían a ver muy pronto, junto con su padre.
UN MAR DE MENTIRAS
Después de quince días de que doña Marta había salido rumbo a Chicago para encontrarse con su esposo, el encuentro no se había dado. Don Armando Jaimes se impacientó y trató de localizar al “pollero” Miguel Juárez para que le diera una razón. Sus hijas también trataban de hacer lo mismo. La respuesta: el silencio.
Por fin, después de muchos esfuerzos, sus hijas lograron comunicarse con la señora Marcelina y lo que les dijo les pareció una gran mentira, pues conocían muy bien el carácter de su madre.
De acuerdo con el relato de la señora Marcelina, al llegar al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, decidieron cambiar de ruta y optaron por irse a Ciudad Juárez en Chihuahua y de allá intentar pasar al otro lado.
En su intento, dijo la señora Marcelina, fueron detenidos por la migra y encerrados en una cárcel de la frontera. Que al salir de esa prisión, unas señoras abordaron a doña Marta y la convencieron para que se fuera con ellas al otro lado. Eso fue, lo último que supo de ella.
Las hijas de doña Marta, no quedaron contentas con esa explicación y decidieron empezar a movilizarse y pedir ayuda para localizar a su madre.
Acudieron a muchos lugares. En algunos les negaron la ayuda, como fue el caso de “A quien corresponda”, el programa de TV Azteca que conduce Jorge Garrarla, quien se ufana de ayudar a la gente en sus necesidades y en donde ni siquiera quisieron recibirlas. En otros, como en Televisa, solo hicieron un par de menciones en “Servicios a la comunidad” presentando la foto de su madre.
En el Centro de Atención a las Personas Extraviadas (Capea) de la PGJDF, les ayudaron a boletinarla y colocar la ficha de extravío en las estaciones del Metro. La Secretaria de Relaciones Exteriores, se comprometió a hacer lo mismo en los consulados mexicanos instalados en los estados fronterizos de Estados Unidos.
Sus pesquisas las llevaron al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y lo que encontraron las dejó más sorprendidas. Se enteraron que su madre no viajó a Ciudad Juárez como les dijo la señora Marcelina, sino a Tijuana como originalmente estaba planeado.
La incertidumbre crecía, Ellas lo que querían era saber si estaba bien y que se comunicara a su casa, con sus hijas. El tiempo pasaba, los días se hicieron semanas, las semanas meses, y así a lo largo de cinco meses, no encontraron respuesta.
LA TRAGICA NOTICIA
Fue el 19 de julio de ese año de 2002, cuando las hijas de doña Marta recibieron una llamada del consulado mexicano en Arizona en Estados Unidos, las noticias no eran buenas, eran trágicas. Habían encontrado el cuerpo de su madre en el desierto de Arizona, todo parecía indicar que había muerto hace cinco meses.
Los datos que les dieron los médicos forenses fueron aterradores. Su madre fue abandonada en medio del desierto –posiblemente el pollero y sus demás compañeros lo decidieron al verse en peligro de ser sorprendidos por la migra–, la deshidratación se hizo presente y poco a poco empezó a perder fuerzas. La agonía fue larga, cinco días, estimaron los doctores. Al término de su agonía, quizás en los últimos momentos, ya no podía caminar y se arrastraba por las candentes arenas del desierto –siempre apretando en su mano derecha una imagen de la Guadalupana y el Sagrado Corazón de Jesús; en la izquierda, la bolsa con las medicinas para su esposo–, hasta que la vida se le fue.
El cuerpo pudo ser identificado por la mayor parte de sus pertenencias y por una credencial a su nombre que fue encontrada en la bolsa donde llevaba las medicinas. No hubo violencia, ni ultraje como en muchos de los casos que se dan de personas que abandonan en el desierto de Arizona, simplemente la dejaron abandonada a su suerte.
Don Armando Jaimes, fue el encargado de reconocer el cuerpo de su amada esposa y hacer los trámites en el consulado para trasladar el cuerpo a México, al pueblo natal de dona Marta Mancera, Texcaltitlán en el Estado de México, en donde fue sepultada en compañía de toda su familia y amistades.
Sus hijas lamentan lo ocurrido: “No nos hacemos todavía a la idea de que haya muerto, no es manera de dejar a una persona así, es algo que no le deseamos a nadie”.
Ya han pasado quince largos años, y las hijas de doña Marta, saben que Miguel Juárez, el pollero que llevó a su madre a la muerte en el desierto de Arizona se encuentra en Estados Unidos y a pesar de la denuncia que existe en su contra en la Procuraduría General de la República, las autoridades no han hecho nada para extraditarlo y que se haga justicia. Seguramente, dicen, sigue pasando gente y a algunos, los ha de dejar abandonados en el desierto.