(¿Construcción de identidad?)
por Carlos Prego
Atavío indumentario producto de la marcas ¿arquetipo simbólico de la moda? La acumulación de capital tiene como uno de sus soportes fundamentales “el consumo”, sin el cual no se obtendría el “plusvalor” de la mercancía por no haberse vendido.
Lo anterior implica una lógica que amén de satisfacer materialmente una “necesidad” (deseo), también atiende a una incesante construcción de deseos en los “sujetos”. Esta incesante construcción deseante también genera una “constante”, ¿cuál?, la de construir nuevos mercados de mercancías. Estos surgen como resultante de los procesos de circulación y de producción y como contradicción entre el valor de uso y el valor real. No obstante se genera también otro valor, el valor “simbólico” ya que estas mercancías/producto resaltan diferencias marcadas de clase social y de adscripción “en” y “para” las mismas.
Esto es, la clase social se ve representada por el tipo de consumo que realiza y en el caso de la moda implica y “personifica” formas de “hablar”, de desplazarse, de habitar, de vestimenta corporal.
La “industria de la moda” dentro del capitalismo, alcanza un auge masificado al movilizar toda la estructura deseante en los sujetos. Deseo que connota prestigio social, contraste de clase, encarnados en las mercancías (moda) que apuntan a ciertas dimensiones estéticas y a inscripciones e identificaciones identitarias. Como consecuencia de lo anterior, -Baudrillard mediante- la mercancía se convierte en “Signo”, esto es. Signo y mercancía se fusionan en signo/mercancía. Para este autor, es la obliteración del valor de “uso” natural de los productos y/o bienes, por el valor de “cambio” dentro del sistema de capital, por ello la mercancía se transforma en “signo” (en términos de Saussure) y en el cual el significado está determinado de manera arbitraria por su posición en el sistema significante.
Tenemos así que el uso de “marcas” (moda) hacen referencia a una inscripción identitaria superficial, la cual, simbólicamente viste el cuerpo con un tejido de prácticas condicionadas socioculturalmente aludidiendo con ello a identidades socialmente diferenciadas, involucrando distinciones y significaciones imaginarias y simbólicas, las cuales conducen a una segmentación diferenciada de los sujetos “sanciona psicológicamete coacciones de otro orden, coacciones de diferenciación social y de prestigio” (Baudrillard, 1974:31).
Entendemos entonces que para Baudrillard la utilidad del objeto es -de suyo- una relación social, es así como el sistema económico induce una funcionalidad simultanea entre objeto y necesidad y a esto se le llamaría “fetichismo del valor de uso”.
Accesar al consumo conforma en el sujeto una suerte de identificación exitosa ya que su estatus depende de la exhibición, de la ostentación. Los bienes, el atuendo, la forma de hablar, son “emblemas” que constituyen sujetos devotos de la moda en la cual las “marcas” funcionan como figuras de culto. Parafraseamso a Bauman quien hace mención a que la obediencia y la disciplina son aseguradas por la seducción de los productos o bienes de servicio, los cuales están por encima de las instituciones panópticas y de Estado (Bauman, 2005:139).
Consecuencia de lo anterior -para los teóricos de la distinción- es que se torne en “necesario” que la moda permute constantemente ya que las clases bajas en su afán de emular a las “altas” desgastan los “signos de élite” de estos estratos pudientes y por ello los “ricos” crean nuevos signos que los diferencien de la masa. Gilles Lipovetsky en “El imperio de lo efímero”está en desacuerdo con lo anterior, diciendo que estas teorías ni dilucidan la innovación permanente, ni tampoco la incorporación autónoma personal de la imagen. El sociólogo francés dice que es la competencia constante por los dineros, lo que es fundamental para explicar la “innovación”; bien podríamos comprenderlo con el surgimiento de ciertas modas “marginales” que involucran adscripciones identitarias, de oposición, alternativas, como los “Emos”, los “punketos”, los “cholos”, los “darketos” etc., éstas no escapan al sistema de mercancías de capital que responden a la lógica de acumulación de riqueza.
Estas modas “opositoras” simbolizan con su apariencia valores, gustos, comportamientos, formas verbales de una cultura (por lo menos en apariencia) “inconformista”. Lo cual no las exime de la dimensión económica que representan.
Todo lo hasta ahora vertido -por obviedad- tiene que ver con la estructura psíquica del sujeto y esta categoría de “sujeto” a partir de aquí, no tendrá referencia al individuo; habremos de pensarla desde la concepción “lacaniana” (Jacques Lacan) la cual ofrece lógicas para entender a los “agentes sociales” y su particular enlazamiento con “la falta”.
Para explicar esta concepción de “sujeto lacaniano” nos auxiliaremos de 2 recursos teóricos utilizados por Lacan. Nos referimos al “estadio del espejo” y al “sujeto en falta”. Entre los 6 y los 18 meses el párvulo transita por una etapa de reconocimiento de su figura corporal, él es un espacio virtual que le permite mirar la imagen de su propio cuerpo en el espejo como la imagen que el otro tiene de él, “ El momento en que termina el estadio del espejo inaugura la identificación con la imago semejante”, esta dialéctica liga al “yo” con situaciones socialmente más complejas, “Es este momento el que hace volcarse todo el ser humano en la mediatización por el deseo del otro” (Lacan 1990:91). Vemos pues que este “État du miroir” sienta las bases para la identificación del sujeto con su imagen corporal, y su final inaugura una fase en la que el a partir de la mirada del “otro”. Un “otro” que resguarda, atiende, pero de igual forma designa lugares en la familia, en la sociedad, en la escuela, los grupos de pares, etcétera, estas instituciones son introyectadas. Lacan habla entonces de un orden simbólico, de un “Gran Otro”.
Tenemos entonces que lo que el sujeto especular mira en el “uso” de determinadas modas, es ese orden simbólico (Gran Otro) que le propone una identidad, que se inviste en ciertos signos de asignación que se adscriben a ciertos prestigios sociales. Esta (s) moda(s) también va (n) acompañada (s) de cierto lenguaje; lenguaje que deja al descubierto estructuras de pensamiento, costumbres, épocas que en su devenir histórico da cuenta de ciertos imaginarios y símbolos sociales. Esto es el “lenguaje del Gran Otro”.
Es este mandato de las figuras de culto y de las marcas quienes posibilitan al sujeto representación tanto de su “ideal del yo” (identificación simbólica), como de su “yo ideal” (identificación imaginaria). Sin embargo, existe una imposibilidad de encarnar al “ideal”, y la genealogía de ello se encuentra en la “falta del sujeto”; esto es, existe una incapacidad constitutiva para la “completud”, no podemos ser “sujetos plenos”, lo cual nos condena a que nuestra identidad sea inestable, siempre cambiante. Imposible empate entre identificación “imaginaria” y “simbólica”. La “falta” con mucha constancia re-emerge e impide la consolidación de la “identidad” y la ecuación identificación=identidad estable fracasa y esa falla resalta la irreductibilidad del carácter de la “falta”, quién a su vez, sostiene, soporta nuestros incesantes por llenarla. Por ello, siempre seremos “sujetos deseantes”.
En “Configuraciones discursivas en el campo educativo” Lilian Zac y Ernesto Laclau señalan que para llenar un espacio se necesita un espacio vacío, el cual es “en cierta medida, indiferente al contenido del llenado; aunque esta función de llenado debe estar encarnada en algunos contenidos concretos, estos contenidos podrían ser cualesquiera” (Laclau y Zac, 2002:260).
Tomando en cuenta la idea de que lo que el dinero compra “no es solo un valor de uso” sino que a la vez se adquiere (imaginariamente) una ilusión de comprar “esa” mercancía (objeto causa de deseo) que compendia al “producto de consumo” y la “idea de completud”. Mirar al sujeto en el ámbito de consumo es también mirar la noción de “la falta en el sujeto”. La compra compulsiva e incesante de objetos/mercancía, signos/mercancía muestra claramente la incapacidad de colmar “la falta”.
Ir y venir de objetos/mercancía, renovación de los mismos que no cesa, resultado, la acumulación de capital que llanamente muestra el triunfo del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, implicando -con su despliegue técnico- que el objeto excede y a la vez desecha al objeto anterior. A mayor incremento de “goce”, mayor trabajo muerto.
Parte de la estructura psíquica del sujeto está signada por la “mirada del otro”, lo cual permite entender el relego constante de vestimentas, atuendos y discursos y además la compra -casi compulsiva- de nuevos productos.
Distinción y diferencia son los prestigios clasistas a los que se aluden desde el consumo, así los objetos/mercancía conllevan un valor de uso y un valor de signo, ambos buscan velar, encubrir al “sujeto en falta”; tan solo recubren la hiancia, la grieta en el ser. Consumo que no cesa pero que al mismo tiempo frustra…espejo de la otredad. Aplicando el juego de una lógica de la differance (Derrida), el producto es bueno, pero, el de la siguiente temporada (año) va a ser “mejor”. “Mi Iphone 12 es magnífico” pero “dicen que el 13 estará mucho mejor”. El consumo involucra un ideal de “plenitud” pero esa plenitud se encuentra perdida desde el origen. Observamos un complejización matricial de la subjetivación del sujeto en el que se negocia la “identidad” de éste, merced a cierta “voluntad de poder” del diseñador, del distribuidor y del mismo consumidor.
Los objetos/mercancía contienen una caducidad previa, incorporada de facto, por ello lo encarnamos (al objeto/mercancía) en una suerte de mítica plenitud; Lacan lo llamó objeto “a” causa del deseo, el cual es inestable y temporal debido a que vendrán nuevas identificaciones que cambiarán las coordenadas, las rutas de nuestro deseo. Por ello están en constante surgimiento “nuevos” (o reciclados) objetos de deseo, por lo cual tenemos un deseo constitutivo diferido. Desde esta perspectiva teórica (psicoanálisis lacaniano) tenemos entonces una visión de la moda como “deseo de afirmación del yo”, de nuestro individualismo y algunos psicólogos dirían, de nuestra personalidad.
Si bien existen criterios individuales en la “moda” la cual incorpora criterios mercadológicos, estéticos, rituales y por supuesto, afectivos, ello no impide que la moda derive tanto de la constitución del sujeto a partir de la “otredad”, del otro, del Gran Otro (vertiente psíquica), como de las necesidades de acumulación del capital (vertiente económica).
Vínculo analítico entre psicoanálisis y economía que liga deseo y consumo. Identificación identitaria plasmada en la moda (vestimenta, ritual, discursiva), estas inscripciones identitarias de pertenencia, de oposición -por mencionar algunas- inevitablemente se sumergen también en la dimensión “ideológica”.
Al parecer el “espejo está resquebrajado”, es nuestra encomienda, buscar, encontrar y/o descubrir y por sobre todo asumir nuevas formas de subjetividad.
Referencias bibliográficas
Baudrillard, Jean Crítica de la economía política del signo, México, Siglo XXI, 1974
Bauman, Zygmunt Trabajo consumo y nuevos pobres, Barcelona, Gedisa, 2005
Butler, Judith Mecanismos psíquicos de poder, Madrid, Cátedra, 2001
Lacan, Jacques Escritos I, México, Siglo XXI, 1990
Laclau, E y Zac, L Configuraciones discursivas ene le campo educativo, México, Plaza y
Valdés, 2002