MADRID, ESPAÑA.- Uno de los grandes malentendidos en torno a Milan Kundera (Brno, 1929-París, 2023), que esquivo durante décadas con la prensa y con todo tipo de exposición pública, radica justamente en las motivaciones de esa obstinación por separar su vida de su obra, su lucha política y su drama de exiliado del intenso universo de transgresión y reflexión que ofrece su literatura. Una actitud vista como sospechosa, más en el mundo actual. “Olvidad mi vida y abrid mis libros. Allí está todo”, decía.
De acuerdo con el diario español El Mundo, con el objetivo de mostrar al lector al hombre, de disipar esas sospechas, comenzó a tejer la periodista y crítica literaria de Le Monde Florence Noiville (Boulogne-Billancourt, 1962), amiga cercana durante décadas del escritor, Milan Kundera. Un retrato íntimo (Tusquets), una emotiva semblanza muy alejada de la tradicional biografía. Estas páginas son un viaje que reconstruye la vida y la obra del checo a través de anécdotas propias y ajenas, de charlas, fragmentos de novelas y los dibujos y fotografías de Kundera, y que nos revela a un hombre lleno de humor e inteligencia que, en su obra como en su vida, nunca dejó de tender hacia la “sabiduría de la incertidumbre”.
Se conocieron a principios de los 2000, cuando ella intentó convencerlo para salir en televisión. “Se me había metido en la cabeza traerlo a mi pequeño programa literario. Era joven y estúpida, no entendía cuánto despreciaba él todo ese mundo”, recuerda la autora. “Accedió a reunirse conmigo para hablar de ello, sobra decir que yo estaba intimidada, y se negó inmediatamente a ir a la televisión, pero me ofreció algunos artículos para el suplemento Le Monde des Livres”.
Tras ese encuentro, se veían con regularidad, primero en el bar Lutetia, donde bebían ginebra. Después, ya en casa del matrimonio Kundera. “Descubrí a alguien extremadamente modesto, cortés, que nunca intentaba lucirse. Era un hedonista humorístico. Podríamos hablar con él de absolutamente todo, de arte en particular, de literatura por supuesto, pero también de la pintura de Bacon, las óperas de Janacek o las películas de Fellini, la poesía de Apollinaire, de su querido padre…”, rememora Noiville. “Charlando con él, igual que leyéndolo, uno tiene la impresión de ser más inteligente y de entenderlo todo. Es un regalo para el espíritu, pero todo ello con mucha humildad, ligereza, alegría”.
EN BUSCA DE LA VERDAD
Sobre su postura pública, la autora explica que “al igual que Flaubert, Kundera creía que el autor debía desaparecer detrás de su obra, incluso hacer creer a la posteridad que no vivió”, exclama. “A su juicio, cuando lo biográfico se adueña de la obra, muere el placer del texto, y el deseo legítimo de todo escritor es que este placer del texto dure para los lectores el mayor tiempo posible”. Sin embargo, él mismo nunca negó ciertas concomitancias, reconoce Noiville. “Usaba una famosa metáfora: el novelista derriba la casa de su vida para, con los ladrillos, construir otra casa, la de su novela. Es decir, si miramos de cerca la forma en que se construyen sus libros, su material, encontraremos en las paredes muchos ladrillos de su vida. Sólo necesitas saber reconocerlos”.
Maestro de la ironía y la desilusión, experto en señalar que quizá toda la vida se base simplemente en malentendidos, sus novelas se empeñan en mostrarnos las chanzas con las que todos alimentamos nuestros sueños y nuestras mentiras. Convertido durante buena parte de su vida en referente de la lucha contra el totalitarismo comunista, lo que en Francia le granjeó cierta antipatía de la intelectualidad, determinar la frontera entre vida y obra roza en Kundera lo impertinente. Lo que está claro es que ambas, vida y obra no escapan a su fundamental discurso ante el Congreso de Escritores Checoslovacos de 1967 (germen de la Primavera), en el que abogó valientemente por la libertad de los creadores.
“Toda supresión de opiniones, aun cuando las opiniones que se suprimen por la fuerza sean erróneas, acaba conduciendo lejos de la verdad, porque la verdad sólo puede hallarse mediante la interacción de opiniones iguales y libres”, dijo entonces, firmando la sentencia de un exilio que le llegaría pocos años después previa expulsión del Partido Comunista y la prohibición de sus obras. En 1981, ya en París, la publicación de El libro de la risa y el olvido, en el que desarrolla el seminal concepto de lítost -traducido en España como autoconmiseración- le valió la revocación de su ciudadanía checoslovaca.
En aquel entonces, y aunque Mitterrand le hizo francés, Kundera ya había elegido patria. “¿A quién o a qué me siento ligado?: ¿A Dios? ¿A la patria? ¿Al pueblo? ¿Al individuo? Mi respuesta es tan ridícula como sincera: no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes”, escribió en ese choque de erudición, claridad e inteligencia que es El arte de la novela, uno de sus más célebres ensayos, donde desmadeja una genealogía en la que destellan, en lo literario la estirpe de los Hasek, Musil, Broch y Kafka. Una cultura centroeuropea a la que se adscribe por entero.
“Una de sus principales contribuciones políticas es habernos abierto los ojos a los occidentales sobre la importancia de Centroeuropa”, destaca Noiville. “Europa del Este es Rusia con su historia específica, anclada en el mundo bizantino. Bohemia -al igual que Polonia, Hungría o incluso Austria- nunca formó parte de Europa del Este. Más bien fue al contrario. Es en la frontera oriental de Occidente donde, más que en ninguna otra parte, se percibe a Rusia como un anti-Occidente”, escribió en otra obra clave, Un Occidente secuestrado, recién recuperado por Tusquets, cuya lectura cobra nueva luz en época de la guerra de Ucrania.
Igual que sus novelas unen narrativa y filosofía, política y cultura siempre fueron una dualidad para el escritor, y uno de los más fuertes eslabones de su pertenencia centroeuropea es el musical. Su padre, a quien admiraba profundamente, fue el reputado musicólogo y pianista Ludvík Kundera, y el propio escritor tocaba talentosamente el piano. “Casi se hizo pianista, como su padre. Reproduje en el libro una obra compuesta por él cuando tenía 14 años. La música juega un papel clave en sus libros. Siempre decía que su primera idea para una novela era siempre rítmica”, comparte la autora. También se dedicó a tocar en algunas etapas de su vida, por ejemplo, al poco de llegar a París.
No es el único detalle poco conocido que revela este libro. En los años praguenses en que el régimen comunista le había prohibido publicar, escribía horóscopos bajo un seudónimo en una revista para el público general. “Se divirtió mucho y tenía tal pluma que un alto dignatario del régimen le pidió que le dibujara su carta astral discretamente, porque un marxista formado en Moscú no debía creer en esto. Él le hizo un horóscopo que dejó aterrorizado al caballero durante toda su vida, me contó entre risas”.
EL ARTE DE LA AMBIGÜEDAD
Gravedad y ligereza, humor y olvido, repetición y cambio, política y sexo… En Kundera, tanto en sus libros como en su vida, todo fue siempre una dualidad. “Con él uno tenía siempre la impresión de que la risa y la melancolía eran inseparables. Era una persona alegre, generosa, traviesa, amigable y divertida. Sin embargo, esta ligereza siempre se desarrolló en un contexto de lítost, porque había vivido todos los males del siglo XX: la Segunda Guerra, el comunismo autoritario, la censura, la prohibición de escribir, el exilio… No se hacía ilusiones sobre nada, pero no cayó en el nihilismo, sino que pensaba que si la vida era una red de azares absurdos, había que hacerla ligera y hermosa”, opina Noiville.
Y en referencia a sus polifónicas novelas, en las que los personajes son “hipótesis”, otras vidas posibles, la autora afirma que el escritor logra, justamente, “mostrar que todas estas voces contradictorias o paradójicas, todas estas tensiones que no van juntas pero que sin embargo coexisten en la novela (como muy a menudo coexisten en nosotros mismos) hacen de este arte una herramienta excepcionalmente poderosa para apreciar la complejidad de la realidad. mundo. La novela es por excelencia el arte de la ambigüedad, del matiz. No responde preguntas, siembra signos de interrogación”
Salpicadas a lo largo del libro, varias páginas se ocupan del deterioro mental del escritor, especialmente en su último año de vida. Una paradoja para quien tanto se había ocupado de la memoria, incluso había escrito que todo será olvidado. La periodista recoge una anécdota ilustrativa. “Cim se zivite?”, preguntó a su amiga.
Le preguntaba, en checo -idioma al que había vuelto al perder la memoria, igual que a sus paisajes de infancia-, de qué trabajaba. “Bueno, Milan… Escribo…”, respondió Noiville. “¿Escribir? ¡Menuda idea!”, le contesto el escritor. ¿Ironía en un chispazo de lucidez u olvido real tan cómico como muchas de sus escenas?
“En Kundera lo trágico y lo cómico siempre están entrelazados. Él abogaba por lo que llamaba la sabiduría de la incertidumbre, porque una buena novela no afirma ninguna verdad sino que, por el contrario, se esfuerza por hacer escuchar múltiples voces”. En este sentido, concluye Noiville, “es y seguirá siendo uno de los más grandes novelistas del siglo XX, porque nos muestra cómo intentar vivir en este mundo incierto e impredecible”.
AM.MX/fm