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Inicio Cultura

La vida y el blues de Billie Holiday, la artista que (a pesar del trauma de su infancia) luchó por ser fiel a sí misma

Francisco Medina Por Francisco Medina
20 julio, 2025
En Cultura, Música
Reading Time: 10 mins read
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LOS ÁNGELES, CALIFORNIA.- Hay pocas leyendas cuyas vidas hayan sido tan mitificadas como la de Billie Holiday. En su autobiografía de 1956, Lady Sings the Blues, Holiday y su coescritor William Dufty contribuyeron a aumentar su triunfal y trágico personaje, presentando una vida llena de alegría, abatimiento y una sorprendente dosis de humor mordaz.

De acuerdo con un artículo publicado por Vanity Fair USA, la artista brillante, generosa y muy fiestera, Holiday adoraba la camaradería de las épicas sesiones de improvisación con colegas como Harry James, Benny Goodman y Duke Ellington. Sus gustos románticos eran igualmente iconoclastas; supuestamente, tuvo romances con Charles Laughton, Tallulah Bankhead y Orson Welles, el “tipo más fino” que jamás conoció. Tan combativa como precoz, Holiday luchó una y otra vez contra la tristeza. “Conozco a Lady”, dijo una vez Louis Armstrong. “Y cuando empieza a llorar, lo siguiente que va a hacer es empezar a pelear”.

Y luchó para ser fiel a sí misma y a su arte, costara lo que costara. “Me han dicho que nadie canta la palabra ‘hambre’ como yo. O la palabra ‘amor”, escribió Holiday sobre sus experiencias vitales. “Todo lo que he aprendido en todos esos lugares de todas esas personas está envuelto en esas dos palabras. Tienes que tener algo que comer y un poco de amor en tu vida antes de poder quedarte quieto ante los sermones de cualquier maldito sobre cómo comportarte”.

Welfare Island
Nacida como Eleanora Fagan en Baltimore (algunos dicen que en Filadelfia) en 1915, la infancia de Holiday estuvo marcada por terribles abusos, a pesar de los esfuerzos de su querida madre, Sadie, que apenas tenía 13 años cuando dio a luz a Holiday. Siempre emprendedora, Holiday empezó a cantar de niña mientras limpiaba las casas de los vecinos a cambio de dinero. Pero trabajaba gratis para Alice, la madame del burdel del barrio:

Cuando llegaba la hora de pagarme, le decía que podía quedarse con el dinero si me dejaba subir a su salón y escuchar a Louis Armstrong y Bessie Smith en su vitrola. La vitrola era algo muy importante en aquella época, y no había ningún salón que tuviera una, excepto el de Alice. Allí pasé muchas horas maravillosas escuchando a Pops y a Bessie.

Pero a Holiday el mundo se le hizo añicos con tan solo 10 años, cuando un hombre al que ella llama Mr. Dick intentó violarla. Holiday fue enviada a un brutal reformatorio católico, donde como castigo la encerraron en una habitación con un estudiante muerto. A los 12 años fue violada por un trompetista. De adolescente, se trasladó a Harlem, donde se convirtió en una prostituta de lujo. Fue detenida y condenada a cuatro meses en la famosa Welfare Island (ahora conocida como Roosevelt Island). Tras su liberación, se presentó a una audición para cantar en Pod’s and Jerry’s, un bar clandestino de Harlem:

Le pedí que tocara Trav’lin’ All Alone. Eso se parecía mucho a lo que yo sentía. Y algo de eso debo haber transmitido porque todo el local se quedó en silencio. Si alguien hubiera dejado caer un alfiler, habría sonado como una bomba. Cuando terminé, todo el mundo lloraba con su cerveza.

Holiday siguió su camino, pero el trauma de su infancia jamás la abandonó. “Me habían pasado cosas que ni todo el tiempo del mundo podría cambiar o curar”, escribe. “Durante años soñaba con aquello y me despertaba gritando. Dios mío, es terrible lo que te hace algo así”.

Lady Day y la banda
“Me uní a la banda de Count Basie para ganar algo de dinero y ver mundo. Durante casi dos años no vi otra cosa que el interior de un autobús Blue Goose”, escribe Holiday sobre su época de gira con la famosa orquesta. “Nadie se molestó en decirme que tendría que viajar entre 800 y 900 kilómetros en un autobús destartalado, hiciera frío o calor; que la habitación me costaría dos o tres dólares por noche; que para cuando terminara de arreglarme el pelo y plancharme los vestidos… al final me quedaría con un dólar y medio al día”.

Holiday y la banda trabajaron duro, tocando en salas de baile, hoteles y “toda una serie de antros de mala muerte” por todo el país. El racismo era un enemigo constante; en el Fox Theater de Detroit, la dirección insistió en que se oscureciera la cara antes de presentarse con la banda formada únicamente por músicos afroamericanos. Al no poder pagar arreglos musicales, la orquesta se aprendía de memoria más de 100 canciones, y a menudo se iba a la cama con hambre a pesar de su glamurosa profesión. “Puedes estar hasta las tetas de satén blanco, con gardenias en el pelo y sin caña de azúcar en kilómetros a la redonda, pero aún así puedes estar trabajando en una plantación”, comenta Holiday con ironía.

Hacia el final de una gira, a Holiday le desesperaba la idea de volver con su madre arruinada. Así que, para disgusto de los hombres, se unió al juego de dados de la banda:

Me puse de rodillas, y la primera vez salió un siete. Todo el mundo me gritó que el autobús había pegado un volantazo y me hicieron tirar de nuevo. Salió el 11. Allí mismo gané los cuatro pavos y gané los tres siguientes… Estuve de rodillas en el fondo de aquel autobús desde Virginia Occidental hasta Nueva York, unos cientos de kilómetros y unas doce horas. Cuando paramos frente al Hotel Woodside todo el mundo estaba destrozado y llorando. Yo estaba asquerosamente sucia y tenía agujeros en las medias a la altura de las rodillas, pero tenía 1.600 dólares y algo de calderilla.

Imitación de la vida
Para Holiday, cantar era una forma mágica de conexión y expresión. “Si tuviera que cantar Doggie in the Window, eso sí que sería trabajo”, escribe. “Pero cantar canciones como The Man I Love o Porgy no supone más trabajo que sentarse a comer pato laqueado, y a mí me encanta el pato laqueado”.

Muchas de las canciones emblemáticas de Holiday surgieron de momentos de su vida tanto traumáticos como triviales. Según Holiday, Clarence, su padre, un músico de alta alcurnia, murió en la carretera en 1937, víctima de las leyes Jim Crow. “No fue la neumonía lo que acabó con su vida, sino Dallas, Texas. Allí es donde estaba y por donde anduvo, yendo de hospital en hospital tratando de conseguir ayuda. Pero nadie quiso siquiera tomarle la temperatura”.

De este trauma surgió Strange Fruit, la canción de “protesta personal” de Holiday que relata un linchamiento en el sur. Basada en un poema escrito por Lewis Allen, el significado privado y doloroso de la canción nunca la abandonó. “Tengo que seguir cantándola. No solo porque la gente me la pide, sino porque 20 años después de la muerte de Pop las cosas que lo mataron siguen ocurriendo en el sur”, escribe.

Otras canciones legendarias tuvieron orígenes más anecdóticos. God Bless the Child fue inicialmente una broma para vengarse de su madre, después de que esta se negara a darle dinero a su hija, apurada económicamente. “No me daba ni un céntimo. Estaba enfadada conmigo y yo con ella”, escribe Holiday. “Intercambiamos unas palabras. Luego dije: ‘Dios bendiga al niño que tiene lo suyo”, y me fui. Seguí enfadada durante tres semanas”.

El mujeriego primer marido de Holiday, el trombonista Jimmy Monroe, inspiraría la desgarradora balada Don’t Explain. “Una noche llegó con una marca de pintalabios en el cuello”, escribe. “Vi la mancha. Él vio que yo la había visto, y empezó a dar explicaciones y más explicaciones… Mentirme era peor que cualquier cosa que hubiera podido hacer con cualquier zorra. Le corté, sin más. ‘Báñate, tío’, le dije. ‘No des explicaciones”.

El lejano Oeste
“No me hables de esas pioneras que se lanzaban al camino en esos carruajes cubiertos con lona, con las colinas llenas de indígenas. Yo soy la chica que se fue al Oeste en 1937 con 16 tipos blancos, Artie Shaw y su Rolls-Royce, y las colinas estaban llenas de blancos pobres”, escribe Holiday.

Holiday, una de las primeras mujeres negras en cantar con una banda completamente blanca, encontró un aliado en el brillante y controvertido director de orquesta Shaw. En casi todas las paradas de la gira, Shaw o alguno de los miembros de la banda se metían en grandes líos defendiendo a una Holiday avergonzada, que empezó a sentirse como un accesorio en la batalla por los derechos civiles. “Llegué a un punto en el que casi nunca comía, dormía o iba al baño sin que se armara una gran producción tipo NAACP [siglas en inglés de la National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color)]”.

Las condiciones no eran mucho mejores cuando llegó a Hollywood. Después de que ella y una amiga de raza blanca tuvieran problemas con el coche en la playa, Holiday se sintió agradecida cuando un hombre de aspecto familiar les arregló el coche y las llevó a tomar una copa a un club de campo. Cuando un borracho insultó a Holiday, el hombre misterioso le propinó una paliza. “No volví en mí hasta que nuestro amigo mecánico… aplastó a este chiflado contra el suelo”, escribe Holiday. “Quien nos había llevado era Clark Gable. Se rio cuando le dije que lo había reconocido por su puño”.

Una noche, mientras cantaba en el Café Society del Valle de San Fernando, Holiday estaba dispuesta a retirarse tras haber sido acosada durante sus dos primeras actuaciones por un espectador blanco. “Sabía que si no lo hacía, la tercera vez podría lanzarle algo y acabar en una cárcel tipo rancho en San Fernando”.

En cambio, Bob Hope se acercó a ella acompañado de Judy Garland y el cómico Jerry Colonna. “Sal ahí fuera y canta”, le dijo a Holiday. “Deja que ese hijo de puta diga algo y yo me encargaré de él”. Cuando el alborotador empezó a insultar, Hope estaba preparada. “Hope intercambió insultos con ese pirado durante cinco minutos antes de que se hartara y se marchara”, escribe Holiday.

Al acabar el espectáculo, Hope la esperaba con una botella de champán:

Después de un par de tragos, miré a mi alrededor y vi que los espejos del local temblaban y las lámparas de araña se balanceaban. “Esto sí que es potente”, dije. Cogí la copa y la alcé en un brindis por Hope. Me pareció que estaba un poco pálido. “Mira, Bob, no suelo beber estas cosas, pero ¡este champán es una locura!”, dije. “Mira, chica, ¿acaso no te das cuenta de que acabamos de sufrir uno de los peores terremotos que ha habido por aquí?”, dijo.

Gardenias blancas y basura blanca
“Pasé el resto de la guerra en la calle 52 y en algunas otras. Tenía los vestidos y zapatos blancos. Y cada noche me traían las gardenias blancas y la basura blanca”, escribe Holiday sobre aquellos años durante la Segunda Guerra Mundial. A principios de los cuarenta estaba enganchada a la heroína. Hizo su primer intento de desintoxicarse en 1946, pero se filtró la noticia de su ingreso en un sanatorio y empezó a ser perseguida por los federales, que esperaban pillarla por posesión.

“He aprendido a oler los problemas”, escribe Holiday. Según ella, sabía lo que se le venía encima tras cerrar una temporada en el Earle Theater de Filadelfia en 1947. Cuando llegó a su hotel, ya había policías en el vestíbulo. Empezaron a acercarse a su limusina y Holiday tomó cartas en el asunto:

No había conducido un coche en mi vida. Pero eso no importaba. Sabía que tenía que hacerlo esa noche y no había dos segundos que perder tomando lecciones. Le grité al chófer que saliera del volante y dejara el motor en marcha. Cuando el agente del Departamento del Tesoro se acercó a nosotros y yo pisé el acelerador. Gritó: “¡Alto!” e intentó detener el coche atravesándose en la carretera. Seguí conduciendo… y me alejé bajo una lluvia de balas. Mister, mi bóxer, estaba en el asiento trasero lloriqueando, asustado. Y el chófer estaba igual en el asiento delantero. No escuché ni me detuve por nada.

Enferma y sola, Holiday se declaró culpable de posesión. “Se llamaba Los Estados Unidos de América contra Billie Holiday”, escribe sobre su juicio (también el título de la película de Lee Daniels protagonizada por Andra Day como Holiday). “Y así es como me sentí”. Holiday cumplió su condena en la prisión federal de Alderson, en Virginia Occidental, donde no recibió el tratamiento contra la drogadicción que tanto necesitaba.

En la cárcel, Holiday pasaba el tiempo tejiendo, haciendo whisky con cáscaras de patata y cuidando de “una piara de malditos cerdos sucios y chillones”. Una cosa que no hacía era cantar. “A menos que sienta algo, no puedo cantar”, escribe. “En todo el tiempo que estuve allí no sentí nada”.

Fundido a negro
Tras su puesta en libertad, Holiday esperaba volver a la ciudad de incógnito a través de la estación de tren de Newark. Pero su perro, Míster, tenía otros planes. “Se abalanzó sobre mí, me quitó el sombrero de una patada y me tiró al suelo en medio de aquella pequeña estación. Luego empezó a lamerme y a quererme como un loco”, escribe. “Una maldita mujer soltó un chillido. Otras entraron en pánico, empezaron a gritar para que la policía las protegiera; se oían gritos de que un perro rabioso había atacado a una mujer. Pronto hubo muchas luces, cámaras y acción. Una multitud se congregó alrededor, y mi tranquilo regreso de incógnito se fue al garete como un flashazo defectuoso”.

Sus problemas se habían convertido en un fenómeno mediático y a Holiday le rompió el corazón la forma en que la recibieron algunos de sus amigos, especialmente su compañera Sarah Vaughan, a quien Holiday había cuidado en otra época. Poco después de abandonar Virginia Occidental, un amigo la llevó entre bastidores tras el concierto de Vaughan:

La gente que estaba por allí era maravillosa, el aire estaba lleno de “Hola, cariño” y “oo-papa-da” y todo el mundo me decía lo estupenda que estaba. Esperamos a que Sarah saliera. Me alegré de verla. Y esperaba que ella se alegrara de verme a mí. Todo lo que esperaba era un simple saludo, después de todo, estaba trabajando. Cuando salió, levantó la nariz y pasó por delante de mí hacia su camerino sin hacer ni una señal.

Pero no todo el mundo era tan insensible. Asustada por el recibimiento de Vaughan, Holiday se escondió en la parte trasera del Strand Theater mientras veía ensayar a Lena Horne. Holiday escribe:

Alguien le dijo a Lena: “Lady Day está ahí fuera”. “¿Lady Day?”, dijo Lena. Y aquella preciosidad salió del escenario como un hermoso pajarillo… Se acercó corriendo, me cogió en brazos, me abrazó, mirándome, sonriendo y llorando al mismo tiempo. “Nena, cariño, ¿por qué, oh, por qué no viniste a verme detrás del escenario?”. “Cariño, ¿no lo sabes?”, le dije. “Soy una expresidiaria”. “¡No digas eso!”, exclamó. “Has estado enferma y ausente por un tiempo, eso es todo”.

La última década de la vida de Holiday fue un torbellino de regresos, arrestos, angustias y una adicción a la heroína que no pudo abandonar. “La droga nunca ayudó a nadie a cantar mejor, ni a tocar mejor, ni a hacer nada mejor. Fíjate en Lady Day. Ella la consumió lo suficiente como para saberlo”, escribe. “Todo lo que la droga puede hacer por ti es matarte, y matarte de la forma más lenta y dura. Y puede matar también a la gente que quieres. Y esa es la verdad, toda la verdad, y nada más que eso”.

(Artículo publicado por Vanity Fair USA)
AM.MX/fm

Etiquetas: artistaBillie Holidaybluescantanteinfanciatraumavida
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