LAS VEGAS, NEVADA.- Hubo un momento durante el concierto inaugural de Lady Gaga, “Mayhem Ball”, en el T-Mobile Arena de Las Vegas el miércoles por la noche, en el que se enfrentó a su demonio, a su pasado, quizás incluso a su ego. Ocurrió casi al final del espectáculo, cuando interpretó “Million Reasons”, entrelazando los dedos con un bailarín vestido con un conjunto de encaje rojo, similar al atuendo de archivo de Alexander McQueen que lució al recibir el Premio MTV a los Videos Musicales de 2009 a la mejor artista revelación. Poco después, esa figura carmesí la guió en una góndola por el escenario mientras cantaba una versión reconfigurada de “Shallow”, una linterna que iluminaba su viaje.
De acuerdo con la revista Variety, esa bailarina roja fue una personificación recurrente del pasado, como una especie de contrapunto, o incluso una guía, para su presente en el primer espectáculo del “Mayhem Ball”, un recordatorio de sus orígenes y en quién se ha convertido. A lo largo de la velada de dos horas y doce minutos, tejió una narrativa que exploró los diversos momentos clave de su carrera de décadas, creando un espectáculo cautivador y perfectamente afinado que reforzó una vez más que, en el caso de Gaga, el éxito nunca es casualidad, sino un grato recordatorio de sus muchísimos talentos y, aún más importante, de cómo los ha seguido perfeccionando. (Lo dijo al final, apareciendo en los créditos finales dos veces como directora).
“Mayhem Ball”, que se presentará durante varias noches en diversas ciudades de Estados Unidos antes de su lanzamiento internacional hasta enero próximo, sigue al homónimo de la gira, su séptimo álbum, que llegó el pasado marzo. Ese proyecto se centró tanto en renovar el trabajo anterior de Gaga —el abandono en la pista de baile de “The Fame”, el pop bravucón de “The Fame Monster”— como en refrescarlo para los tiempos contemporáneos. Tras la seriedad de “Joker: Folie à Deux” y el álbum vanidoso que lo acompaña, “Harlequin”, Gaga volvió a lo básico sin caer en el pastiche. En “Mayhem”, sonó divertida y renovada, como si disfrutara del artificio del pop por primera vez en mucho tiempo.
En “Mayhem Ball”, enmarcó el espectáculo en torno a ese tema a lo largo de una producción de cuatro actos que evocaba todo, desde la vida y la muerte hasta lo gótico y macabro. Gaga se retorció en un arenero rodeada de esqueletos para “Perfect Celebrity” y acarició el ojo de una calavera gigantesca para “Killah”, con rosas negras goteando por su atuendo; en otro lugar, lució un vestido de novia blanco con una larga cola iluminada por un arcoíris para “Paparazzi” y usó prótesis de dedos blancas que parecían duendes para “Bad Romance”. A lo largo de la noche, Gaga se concentró en las fuerzas opuestas de la luz y la oscuridad, el bien y el mal. Para ella, al menos en la superficie, dependen la una de la otra y son cruciales para la experiencia humana, especialmente cuando se filtra a través del arte.
Durante el espectáculo, Gaga aportó estos conceptos al extenso catálogo que ha acumulado. Un espectáculo de Gaga es tan profundo como se le quiera interpretar, y en Las Vegas, había mucho que analizar. Pero en el centro de su actuación se encontraba un desfile de éxitos que sirvió como pilar de la experiencia Gaga, uno que provocó gritos y cánticos constantes de los asistentes, ataviados con trajes inspirados en el videoclip de “Die With a Smile” y camisetas con muchos de los mantras de “Born This Way”.
Gran parte de la anticipación del inicio se basaba en especulaciones sobre cuánto se diferenciaría de las dos presentaciones principales que tuvo en Coachella a principios de este año, donde estrenó la experiencia en vivo de “Mayhem”, así como de los shows posteriores que realizó en Ciudad de México y Brasil. Los asistentes a Coachella, o los millones que vieron la transmisión en vivo desde casa, notarían las similitudes entre los dos primeros actos, ya que fueron casi idénticos a los anteriores (con la excepción de un poco de “Aura” y la inclusión de “LoveGame”).
Pero fue en la segunda mitad del concierto que alternó el repertorio y la actuación, introduciendo nuevos matices. No hubo “Blade of Grass” ni “Always Remember Us This Way”, como había cantado en Singapur; en su lugar, incorporó “Applause” y “Summerboy”, y cambió “How Bad Do U Want Me” como cierre de la noche. Cantó una nueva versión de “Die With a Smile” al piano en el borde del escenario; “Shallow” tenía un arreglo original que le daba una textura diferente a la balada melodramática.
El discurso entre los fans previo al “Mayhem Ball” era que Gaga posiblemente se había vendido a un precio inferior al organizar la gira en arenas en lugar de estadios. Y la noche podría haber dicho lo mismo, al reducir algunos de los aspectos más grandiosos de su actuación en Coachella —la fachada medieval de fondo, el tablero de ajedrez en medio del público— para que encajaran en un escenario más pequeño. Pero Gaga, de alguna manera, logró que eso pareciera intrascendente; “Mayhem Ball” seguía sintiéndose desmesurado y grandioso. Sus ideas eran tan grandes como su presentación, y Gaga mantuvo su enfoque con una teatralidad desmesurada y una visión aún mayor.
Ante esto, Gaga esperó hasta el final para plasmar en la realidad su primera actuación en “Mayhem Ball”. Abandonó el escenario tras “Vanish Into You”, dando un último grito con “Bad Romance”, como ya había hecho en anteriores shows. Justo entonces, sonaron las primeras notas de “How Bad Do U Want Me” mientras aparecía en las pantallas desde el backstage, con las cámaras fijas mientras se ponía una camiseta y un gorro de Cramps. Reapareció, acompañada de sus bailarines, con el aspecto más normal que Gaga podría tener, la versión que es cuando nadie la ve. Atrás quedaron las apariciones fantasmales del pasado y la estrella pop idealizada del presente que dominó las últimas horas; aquí estaba Gaga, completamente desnuda, haciendo una última reverencia entre aplausos atronadores.
AM.MX/fm