Por Lizbeth Woolf
CIUDAD DE MÉXICO.- «El Secreto del Río» es una serie mexicana dirigida por Ernesto Contreras que pone en escena a las identidades muxes, del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. La serie es una cartografía íntima de los márgenes, donde la amistad se convierte en refugio y las identidades disidentes respiran entre grietas de violencia cotidiana. Manuel, un niño interpretado por la actriz Frida Sofía Cruz transiciona a Sicarú y muestra el camino hacia el deseo de existir más allá del control heteropatriarcal.
En un contexto lleno de discursos de odio y violencia, esta serie surge como un rayo de esperanza. Se adentra en lo que significa ser muxe y LGBT. A través de sus personajes y diálogos profundos muestra las luchas entre tradición y disidencia, cuestionando cómo el sistema legal mexicano sigue alimentando las agresiones contra las personas trans y diversas.
En la serie y a través de su protagonista Manuel, la serie retrata los desafíos internos y externos de aceptar una identidad que no encaja en las normas heteropatriarcales y refleja cómo la identidad muxe puede ser motivo de orgullo, de un espejo de esperanza pero también de exclusión en una sociedad patriarcal que castiga la diferencia.
La serie también expone cómo la corrupción permite que violencias, como la sexual y la familiar queden impunes, dejando a las víctimas desprotegidas. Las fiscalías y policías municipales, en lugar de proteger, participan en la criminalización y revictimización contra las personas trans y de la diversidad . Esta realidad se refleja en una de las frases más duras de la serie: “Prefiero un hijo muerto a un hijo puto”, una declaración espantosa que resuena con la violencia simbólica y física que muchas personas LGBT+ enfrentan en sus entornos familiares.
México sigue siendo uno de los países más peligrosos para la comunidad LGBT+. En 2023 la organización Letra S documentó 43 transfeminicidios. Representaron el 65% de la cifra total de muertes violentas contra personas LGBT en México. La negligencia institucional no solo normaliza las agresiones, sino que también perpetúa una narrativa en la que las vidas de las personas LGBT+ son desechables.
La activista Sofía Guandulain de Trans Difusión, organización trans oaxaqueña, dijo a este medio que la violencia hacia las compañeras muxe y las personas LGBT+ en Oaxaca ha aumentado.
“La situación de violencia en Oaxaca está afectando a las compañeras muxe y personas LGBT+, y principalmente a las mujeres trans. No sólo se trata de los asesinatos por odio. Son también las violencias estructurales y la discriminación las que nos está poniendo en riesgo. Y no hay políticas públicas de prevención, ni garantía de derechos”.
En Juchitán, una ciudad en el estado de Oaxaca donde viven los zapotecas, ser muxe no ha sido sinónimo de marginación, sino que ha sido tan natural como ser hombre o mujer. Los textos académicos y los artículos periodísticos definen a esta comunidad como “hombres que presentan características femeninas”, “travestis”, “mujeres transgéneros o transexuales” o como un “tercer género” (Cruz, 2017). A causa de su historias tan peculiar, los zapotecas aceptan a estos hombres que se identifican como mujeres sin el prejuicio. Este ensayo se trata de la compleja identidad de los muxes y la pone en el gran contexto de la sociedad mexicana y los avances alcanzados por los movimientos LGBT en los últimos años.
En la sociedad zapoteca, los muxes se han considerado parte de un tercer sexo desde la época precolombina. Su estatus social no es peor que los hombres y mujeres porque el núcleo de la cultura zapoteca era la unidad familiar organizada en el matriarcado. Mientras que los hombres solían cazar, cultivar la tierra, o realizar otras tareas que requerían actividad física, las mujeres solían tomar las decisiones económicas y familiares. En otras palabras, la sociedad zapoteca tradicionalmente reconoce el estatus social de las mujeres y también de los muxes, que realizaban las tareas importantes como las mujeres. En consecuencia, el muxe todavía es considerado por su madre como “el mejor de sus hijos” en muchas familias zapotecas porque desempeñan funciones familiares importantes como cocinar, limpiar la casa, y cuidar a los niños y ancianos (Miano Borruso, 2001).
El muxe como un fenómeno cultural apoya la idea de que la identidad de género es una construcción social en vez de un elemento biológico como nos presenta el artículo por Emmanuela Varoucha (Varoucha, 2014). Los muxes, nacieron como niños pero voluntariamente exhiben los comportamientos que se consideran femeninos o no expresan las características asociadas con los niños como la agresividad. Por ejemplo, un niño que juega con la muñeca de su hermana puede convencer a su madre que es muxe por un “destino social” y debe estimularlo con “una serie de comportamientos atribuidos socialmente a las niñas” (Miano Borruso, 2001).
Es decir, el muxe es el tercer género que vive su vida en la manera deseada y contribuye a su comunidad como otras mujeres. Pero quizás no tenga tanta libertad como imaginaríamos. No podemos excesivamente comparar a la comunidad del muxe con la comunidad LGBTQ en el mundo occidental. No decimos que los muxes son “los queers zapotecas” porque los muxes y los queers (por ejemplo, los en los EE. UU.) asumen papeles diferentes en sus respectivas comunidades. Aunque ambos nacieron como hombres y sienten atracción por otros hombres, los homosexuales pueden asumir cualesquier roles que desean en la sociedad donde no existe la división de trabajo entre los hombres y mujeres, mientras que la mayoría de los muxes asumen labores femeninas en la sociedad donde las mujeres se han quedado en casa incrementalmente.
A pesar de ser el tercer género, los muxes viven en la sociedad en que los estereotipos de género son rígidos y binarios. Además, según la discusión sobre lo que la madre tiene que hacer para que su niño descubra su identidad secreta, podemos observar que es un proceso más o menos cultivado. Esto es semejante al debate entre la naturaleza y la crianza: mientras que la mayoría de los queers normales descubre naturalmente que son queers, la mayoría de los muxes se da cuenta de su identidad debido a la estimulación y la crianza de sus padres. Por estas dos razones, los muxes son diferentes que los queers que imaginamos en la sociedad occidental.
Esto es lo que la erudita Marinella Miano Borruso argumentó en su ensayo titulado “Género y Homosexualidad entre los Zapotecos del Istmo de Tehuantepec: El Caso de los Muxe.” El autor declara que “de ninguna manera la sociedad zapoteca es el ‘paraíso de las locas’” porque los muxes como un modelo cultural tradicional “representa un prototipo rígido para regularizar, social y culturalmente, las prácticas sexuales” (Miano Borruso, 2010). De las más importantes es la división de trabajo. En la esfera social, los muxes son responsables por las tareas domésticas como otras mujeres. En la esfera económica, los muxes pueden ser las cocineras, bordadoras, tejedoras, realizadoras de adornos y embellecedoras de mujeres – todas posiciones asociadas con la feminidad. En breve, en la comunidad zapoteca, el género no es binario, pero quizás los papeles de género todavía sean binarios.
Tomando un papel femenino en su vida social y económica, los muxes afirman los estereotipos sexuales en la comunidad zapoteca así como la sociedad mexicana. No es cierto que los muxes no quieran optar por otras profesiones en pueblos o ciudades desarrollados en la región. Más bien, afuera de la comunidad zapoteca en Juchitán, los muxes enfrentan discriminación en la sociedad mexicana que frecuentemente no tolera el tercer género.
No solamente pierden el respeto y amor en su comunidad, sino también no se permiten ir a la escuela si se visten de mujeres, obtener oportunidades de trabajo, y muchos menos puestos políticos. Debido a la modernización, aunque la homofobia en la sociedad mexicana ha disminuido durante los últimos años, a los muxes les faltan oportunidades económicas. En 2019, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) lanzó el Plan de Acción de Diversidad, orientado a fomentar la inclusión de la población LGBT+, personas con discapacidad, afrodescendientes y el desarrollo con identidad de los pueblos indígenas, pero necesitamos esperar algún tiempo si puede ayudar a la comunidad de muxes (Plata, 2019).
Otro tema que merece nuestra atención es el efecto que el movimiento LGBT ha hecho en la formación de la identidad para muxes jóvenes. Los muxes con sus ritualidades como Fiesta de las Intrépidas y show travesti se han notificado por los periódicos, que hace a más muxes andar vestidas de mujer en público. Además, debido al movimiento LGBT y al avance de la tecnología, muchos muxes jóvenes desean ser completamente mujeres, un fenómeno inalcanzable anteriormente.
Porque los muxes quieren la atención de otros hombres que – de acuerdo con los estándares modernos de belleza – quieren que los muxes tengan buen seno y puedan tener sexo, los muxes desean ajustarse a mismo de acuerdo con estas expectativas. Es decir, no solamente desean “ponerse implantes para tener senos”, sino también “operarse los genitales para volverse una mujer de verdad, para sentirme más bonita, para que los hombres me miren” (Miano Borruso, 2010). Interesantemente, para los muxes, ser transexuales rechaza su papel tradicional porque técnicamente elimina el “tercer género”. Por eso, el movimiento LGBT puede reformar la identidad de los muxes y cambiar la dinámica familiar si estos muxes se casan con otros hombres y dejan a sus padres.
Juchitán, en la región del istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, es una de las principales ciudades de la cultura zapoteca en donde se localizan los muxes, una sociedad indígena que se denomina el tercer género. Los muxes son hombres que nacieron biológicamente hombres, pero que adoptan roles de mujer, porque les gusta, pero no están en competencia con otras mujeres.
“La mujer principal es la madre, que es la dadora de vida, el muxe no entra en competencia con la madre, le gusta vestirse, verse como una mujer, pero no va a entrar en la competencia de quién es más mujer, por ejemplo”, destaca la doctora Natividad Gutiérrez Chong, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
Se calcula que hay aproximadamente 3 mil muxes en la región, algunos sí buscan hacer transformaciones en sus cuerpos, aunque no es su función principal, la cual está basada en aspectos familiares y sociales.
La investigadora señala que los zapotecos son una sociedad indígena que reconoce el tercer género, el cual es muy importante para la reproducción etnosimbólica de los zapotecos: “son reconocidos, aceptados, amados por sus familias, hasta puede ser una bendición que haya uno en la familia, porque es quien se ocupará de muchas cosas, se quedará en casa, cuidando de los padres. Es una sociedad matriarcal”.
El muxe tiene un papel muy importante en la familia y en las festividades, es una pieza clave en la identidad etnosimbólica de los zapotecos, porque tienen un especial respeto por la madre, también tienen un papel fundamental en el etnosimbolismo de las festividades que ellos celebran, por ejemplo, la celebración de las velas.
Durante dicha celebración la comunidad muxe gusta de vestirse con el huipil característico de la mujer istmeña, que consiste en una falda florida, larga, el huipil muy decorado, con muchas flores, abundante joyería de oro tanto en el cuello, en las manos, en los aretes, maquillaje abundante y el trenzado del cabello.
Es decir, los muxes cumplen un papel fundamental en las fiestas (realizando mucho del trabajo manual y del adorno para éstas), en la elaboración de los alimentos y la vestimenta, en los peinados, así como en los maquillajes.
“Tienen un papel fundamental en la reproducción de la zapotequidad contemporánea y creo que esa zapotequidad se ha visto muy beneficiada por el reposicionamiento de los muxes, no es que no estuvieran, sino que ahora están más legitimados, porque la sociedad, el exterior, ha visto ese fenómeno tan interesante de los muxes y se ha ido acercando”.
Un tercer género
Aunque en la cultura zapoteca existen situaciones de homofobia hacia los muxes, también hay una gran tolerancia hacia los muxes. La doctora Gutiérrez Chong, quien organizó junto con la doctora Agueda Gómez Suárez de la Universidad de Vigo, el seminario de Sociedades con géneros múltiples, tercer género y etnosexualidad en el IIS, explica que la sexualidad que caracteriza a las sociedades indígenas no es binaria, además de que el tercer género ha sido una constante histórica y está aceptada.
Diversas sociedades indígenas tienen tercer género o más, por lo que algunos analistas hablan de sociedades de múltiples géneros.
La doctora destaca que la sexualidad no es sólo biológica, sino que está regulada y construida por la sociedad, la cultura, los valores, la ética, la religión. Así, el panorama de esa forma binaria de ver a las relaciones (sólo hombre-mujer) se está viniendo abajo. Además de que ahora sabemos de otras sociedades en el mundo que también tienen géneros múltiples.
Por lo tanto, dijo, el estudio de los muxes nos permite entender las múltiples posibilidades que tienen los géneros y reconocer que no hay que imponer una sola forma de ser, lo cual va en contra de la misma naturaleza humana.
“Esto ha contribuido a que también se relajen las ansiedades cuando las familias que tienen hijos que están manifestando ser de otro género no los repriman y no sean tratados como locos o degenerados, sino que empiezan a recibir el estimulo, la comprensión, la tolerancia de sus familiares y, por ende, de la sociedad. Esto es un cambio muy positivo en la forma en la que se ve ese género múltiple”.
Asimismo, señala que una posible hipótesis de por qué el tercer género se hace presente en las sociedades indígenas es porque tal vez al vivir en un mundo en el que han sido excluidos, “en esa exclusión colectiva el desarrollo del tercer género encuentra menos represión, encuentra más formas de ser aceptado, tolerado, amado”.
Identidad y reconocimiento
La economía zapoteca es una de las más activas de la región, y son las mujeres quienes juegan un papel importante en ésta. Se basa principalmente en la actividad pesquera, pero también en la fiesta de las velas, la cual es una celebración que contribuye a una movilización de recursos del mercado interno y dentro de ésta son los muxes quienes se encargan de llevarla a cabo.
Algunos muxes se casan con mujeres y siguen preservando su rol de muxes y de cuidado de su familia, y hay muxes que se casan con hombres.
“No son homosexuales como nosotros concebimos la homosexualidad, como adoptar solo el papel de lo opuesto, como un cambio de roles, sino que es jugar con diferentes roles. En alguno de los reportes que recogimos hay alguna afirmación que dice: ‘no soy hombre, ni soy mujer, soy muxe y estoy contenta así’.
“Muchos sí utilizan el género femenino para autorreferenciarse y otros dicen no me caso con un hombre porque los hombres quieren después que uno lave los platos y la ropa y eso ya no es ser muxe, eso ya es el papel doméstico tradicional”.
La gran mayoría dice que nace muxe y rechaza la idea de que fueron socialmente convertidos en muxes por producto de vivir con otros o porque fueron víctimas de una agresión sexual.
“Es sorprendente que en sociedades étnicas que tienen una larga historia estos valores o estos reconocimientos a lo no binario, no sólo a la dualidad, han existido desde hace mucho tiempo; afortunadamente, estamos aprendiendo de la experiencia y conocimiento de las sociedades indígenas que aportan con el género múltiple”, concluye la investigadora.
En resumen, para los zapotecas, la falta de la discriminación de género no es igual a la falta de los papeles de género. Es decir, el muxe no es un género fluido sino un tercer género frente a muchos retos. Aunque los muxes se separan de los hombres y las mujeres, necesitan ajustarse de acuerdo con las expectativas sociales, incluso los estereotipos de género.
AM.MX/fm