Por: Valeria García Salgado
La Ciudad de México es un lugar donde hasta el 2010 habitaban 112 millones 336 mil 538 personas, de acuerdo a las cifras del Censo de Población y Vivienda realizado en el 2010 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Los “chilangos” son conocidos en el resto de la república mexicana como gente “activa” y es que se trata de una zona en la que la vida diaria se va en ir a la escuela o al trabajo y para hacerlo sus habitantes suelen recorrer distancias largas que los llevan de un extremo a otro de la ciudad diariamente.
El metro es uno de los transportes más efectivos para los mexicanos por su facilidad de acceso, sus rutas que se expanden prácticamente por toda la ciudad y su horario de apertura y cierre. Tan sólo sus cifras de operación del 2015 revelaban que el total de pasajeros que usaban el metro por día era de 1,623 millones 828 mil 642 usuarios, sin embargo, en una entrevista para otros medios, Jorge Gaviño Ambriz, actual director general del STC, dijo que en 2017 la afluencia de usuarios en horas pico alcanzaba hasta los cinco millones 600 mil personas por día.
Detrás de los millones de usuarios que ocupan este transporte, de las instalaciones o del servicio en general, existen personas que se encargan de operar adecuadamente y desde distintos niveles el STC.
Desvelos, cansancio, riesgos, accidentes, reportes y hasta ofensas, son algunas de las condiciones diarias bajo las que laboran los trabajadores del Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México.
Uno de ellos es Raúl, quien desde el 2012 es conductor del metro; su línea correspondiente es la tres, que va desde la estación indios verdes hasta universidad. Como conductores de estas unidades, él y sus compañeros han estado expuestos en múltiples ocasiones a actos violentos y discriminatorios por parte de los usuarios.
Hablamos de un medio que es usado por millones de personas en un solo día, la afluencia de gente aumenta en exceso de 6:30 a 9:00 de la mañana y casi es similar por la noche. Para algunos, es la puerta que conecta al estado con la ciudad y el medio de traslado más abordado y práctico por sus doce líneas que van de norte a sur, este a oeste y viceversa.
Para formar parte del STC Raúl pasó por un proceso que le llevó tres años de espera y requisitos que consistieron en exámenes médicos, psicométricos y de conocimientos básicos en herramientas técnicas, además de un curso de cuatro meses, su certificado de haber cursado el nivel medio superior de educación y una carrera técnica correspondiente al área de trabajo aplicada. Una vez dentro, el reglamento obligatorio para ellos por seguridad propia es su uniforme o traje, botas dieléctricas y la llave de tren, sin ellos a ningún conductor se le permite trabajar.
No se trata de un oficio cualquiera. Ser conductor del tren metropolitano requiere de un gran compromiso social y psicológico que al parecer los usuarios no contemplan cuando agreden y fomentan la intolerancia contra los trabajadores. Ante esta situación Raúl contó que “Portar un saco con el logo del metro conlleva una gran responsabilidad”, dijo que algunos conductores prefieren quitarse el saco mientras caminan entre los usuarios ya que han sido agredidos verbalmente a pesar de que también haya quienes muestren respeto y admiración.
Entre el peso excesivo de los trenes, la afluencia de gente, las irregularidades técnicas y la seguridad de los usuarios, a ellos les corresponde ser el personal que debe conducir con la mayor concentración posible, sin embargo, nunca falta el usuario que se asoma y saca las manos para saludarlos, otros que rebasan el límite de la línea amarilla o las parejas que bromean con aventarse a las vías. Estas acciones resultan tener severas consecuencias pues en ocasiones los conductores han sido testigos de suicidios y accidentes que repercuten en su estabilidad psicológica y emocional.
Como su peor experiencia en este trabajo Raúl contó acerca de la primera vez que arrolló a una persona en la estación del metro Eugenia con dirección hacia el sur, a tan sólo un mes de haber conseguido su plaza “la primera noche no pude dormir porque en el túnel hay oscuridad y te quedas con eso. Tantito veía oscuro y a mí se me venía la imagen del chavo”, “todos reaccionan distinto, unos lloran o gritan, te quedan traumas, estás en shock, otros dejan de trabajar hasta medio año porque desarrollan otras enfermedades. Hay compañeros que han llegado a su casa a dormir y ahí quedan”.
Muchos accidentes ocurren diario en el metro, pese a ello algunas personas bromean o accionan las palancas de emergencia para preguntar por qué la marcha del tren es lenta o los motivos se reducen simplemente a que alguien no salió a tiempo, “con la palanca el tren se detiene y puede deslizarse, se corre el riesgo de que todos los usuarios que van dentro se golpeen”.
“‘Nosotros te mantenemos, eres un flojo, ya apúrate, como tú no tienes que llegar a tu casa…'”, estos son algunos de los comentarios que ha recibido Raúl en su jornada diaria, sin embargo, también comenta que siempre hay quien reconoce su trabajo “mucha gente llega a bajarse del tren y me han ido a dar la mano, principalmente señoras y niños y con sus comentarios te hacen todo el día”.
Aunque para Raúl se trata de un trabajo que le apasiona, a él le gustaría que la gente fuera más comprensiva “nosotros también somos seres humanos y tenemos un horario de salida, además de una familia que nos espera (…), si el tren se retrasa no solo ellos llegan tarde a su casa”.
Dice ser consciente además de la prudencia que debe tener como servidor público para lidiar con los usuarios y que sus acciones o respuestas no sean malinterpretadas para poner en riesgo su trabajo. Un ejemplo de ello fue un acontecimiento que le tocó vivir luego de que una mujer ocasionara la detención de un tren por varios minutos, la señora fue grabada por otro usuario que se encargo de publicar el vídeo en la redes sociales donde los cibernautas la apodaron lady heraclia.
“Terminé con la marcha de mi tren y cuando revisé mi celular tenía muchas llamadas y mensajes de familiares, de mis jefes y de mis compañeros de trabajo o incluso de amigos que tenía años que no me hablaban, yo no sabía ni que había pasado hasta que vi que el vídeo ya se había hecho viral en internet”. Aunque el suceso parece ser gracioso Raúl explica que hoy en día hay que ser muy prudente con la manera en la que se le responde a un usuario o incluso los gestos que se hacen pues los usuarios tienden a grabarlos, reportarlos y exponerlos ante situaciones como esta.
A pesar de las burlas, las intimidaciones y las amenazas que ha recibido, Raúl considera que su trabajo vale totalmente la pena cuando alguien se acerca para agradecerle o cuando los niños se emocionan al mirar por el espejo la marcha del tren, “si me siento orgulloso de formar parte de la columna vertebral de la Ciudad de México”.